Observo con cierta preocupación el
creciente número de extremistas en el mundo del misterio (de un bando y del
contrario). Posturas cada vez más radicales —curiosamente, algunos hacen alarde
de ese radicalismo, como si eso fuese constructivo— que terminan enfrentando a
unos y a otros. Hay una constante lucha de egos; deseos de pisar al que camina
al lado, de ridiculizarlo hasta la extenuación. Algunos, actuando así, se
sienten sumamente poderosos, celebridades quizá. Libran absurdas batallas
imaginadas por sus enfermizas mentes y si alguien les reprende o les contradice
en algo se victimizan hasta rozar el ridículo.
Son soberbios y prepotentes. Por
eso, suelen adoptar posturas dogmáticas, actuando como implacables jueces,
dictando "sentencias condenatorias" contra destacados personajes —que
les dan mil vueltas intelectualmente— y contra los casos más mediáticos —sin
haberlos investigado en profundidad—: "Lo
que yo diga es lo único que vale, porque yo tengo la verdad y los demás se
equivocan porque no saben investigar", es lo que en el fondo piensan.
Juegan a competir con otros; necesitan fama, ovación, aplausos y llamar la
atención un día sí y otro también en las redes sociales. No hace falta ser
psicólogo para entender que es la única manera que tienen de ocultar sus
carencias afectivas, sus complejos y sus frustraciones (han de ser muchas, sin
duda).
No, así no se logra nada. Estos sujetos son tóxicos. Los crédulos
conspiranoicos y los ultraescépticos forman parte de la misma mierda. Son
individuos que sufren serios trastornos psicoemocionales —se nota a leguas—,
que están siempre cabreados con el mundo —sus paranoias les hacen ver enemigos
donde no los hay— y que no aportan nada al mundo del misterio, que ya de por sí
lleva años agonizando. Hacen falta investigadores, estudiosos y pensadores que
sean humildes, mentalmente equilibrados y que mantengan un sano escepticismo;
que examinen los casos y planteen hipótesis de forma moderada, sin prejuicios
ni apriorismos; que fomenten el diálogo y no la división; y que arrojen luz
sobre el origen y la naturaleza de los fenómenos anómalos, aproximándose
siempre a los mismos desde un enfoque riguroso y científico.
Necesitamos, por
tanto, mentes cultas, sabias, reflexivas... no radicales, chulos de pacotilla y
camorristas. Pero me temo que, desgraciadamente, estos últimos están logrando
acaparar más la atención, arrastrando tras de sí a una legión de fanáticos
incultos. Si no lo remediamos, el caos se apoderará de todo y quedará destruido
lo que otros, con esfuerzo y plena dedicación, han construido desde hace
décadas en pro del estudio serio de los fenómenos fronterizos del conocimiento.
Pienso en los pioneros de la parapsicología y de la ufología y, sinceramente,
creo que no se merecen una herencia tan desastrosa.
(Por Moisés)