En esta época acelerada que nos ha tocado vivir, era de prever que
la divulgación sufriera serias consecuencias. Las noticias se suceden a
velocidades vertiginosas. Contrastar la información significa dedicar más tiempo a la tarea y pocos están por la labor. En el mundo digital, la divulgación es esencial.
Todo el mundo divulga, todo el mundo escribe. Se utilizan blogs, webs y redes
sociales. Ahora bien, si escribes un texto extenso, corres el riesgo de que no lo
lean. Se impone ser breve. Eso significa también ser más superficial a la hora de
contar algo. No puedes profundizar demasiado, pues nadie quiere entretenerse en
leer párrafos interminables. Con el titular, les sobra. La generación del twitter tiene suficiente con 140 caracteres. Se
agobia con más. Este oscuro panorama se aprecia bien en quienes se interesan por los
"temas del misterio". Hay pésimos lectores. Gente que lee poco y mal. Pero también hay pésimos
escritores. Individuos que sin sólidos conocimientos sobre las cuestiones que
abordan, se lanzan a escribir y a opinar sobre sus pretendidas
"investigaciones". O reflexionan mezclando churras con merinas. Internet está repleto de "expertos" que
pontifican sobre parapsicología, ufología y otras materias afines, sin saber
realmente de lo que hablan. A pesar de ello, sienten la imperiosa necesidad de
divulgar, lo cual es más bien por ego. El resultado, pues, es desastroso. Sobre
todo para quienes quieren iniciarse con seriedad y se topan con textos en los
que el rigor brilla por su ausencia. Es tal la cantidad de burradas que se difunde, que resulta difícil para un profano en la materia distinguir el trigo de la cizaña.
¿Merece la pena divulgar? Hay quienes piensan
que no. Pero el problema no es la divulgación, sino cómo se divulga. Se ha
llegado a un grado tal de vulgarización en la divulgación de los "temas
del misterio", que si la comparamos con la divulgación que se realizaba
hace décadas (consultemos, por ejemplo, los ejemplares de la excelente revista
especializada en parapsicología Psi-Comunicación),
nos quedamos boquiabiertos ante tan abismal diferencia. Hoy resulta impensable leer textos de tan extraordinaria calidad en temas parapsicológicos.
En la actualidad, está de moda contar
las batallitas cuando se visita de noche una mansión en ruinas o un hospital abandonado, siguiendo la estela de ciertos programas sensacionalistas. Los cazafantasmas de turno hacen fotos, las cuelgan en facebook y añaden mensajes del tipo: "¡Qué pasote de noche en el sitio x!
Hemos sido testigos de fenómenos acojonantes. Ya daremos los resultados de esta gran
investigación". Y eso es todo. No esperen un informe riguroso de los hechos. En todo caso, quizá elaboren a posteriori un relato de los sustos que sufrieron ante algún extraño ruido o reflejo. Al parecer, los espíritus no tienen mejor cosa que hacer que asustar al personal. Eso sí, las pareidolias que se aprecian en las fotos, las transforman en amenazantes formas espectrales. Y tienen además la habilidad de convertir cualquier sonido grabado en una frase. Si no la escuchas, es que no tienes el oído entrenado. Ellos sí. Y los crédulos —esos que alucinan con engendros como Paranormal Activity y Buscadores de fantasmas— pican el anzuelo. Pues sí, eso es lo que divulgan: patrañas. A ese grado de vulgarización se ha
llegado a la hora de escribir sobre estas temáticas. No hay interés en ser objetivos. Solo hay interés en llamar la atención y en recibir muchos likes. Escribir un buen artículo o libro requiere muchas horas de trabajo. Hay
que documentarse bastante. Hay que saber de lo que se habla. Hay que manejar la información con precisión. Hay que aportar muchos datos. Hay que citar las fuentes. Hay que huir de todo
sensacionalismo. Y, por supuesto, hay que saber escribir bien. Sinceramente, me sorprende observar
la cantidad de faltas ortográficas que cometen muchos divulgadores del misterio.
No saben escribir. Algunos, sin embargo, se consideran escritores y alardean de
ello en las redes sociales. ¡Qué atrevida es la ignorancia!
Lo principal es la investigación, por supuesto. Pero también es muy
importante la divulgación. ¿Qué nociones tendríamos sobre filosofía griega de no
haber escrito nada Platón,
Aristóteles y otros grandes filósofos de la época? ¿Qué hubiésemos aprendido sobre ciencia si
Newton, Galileo, Darwin, Einstein, Sagan, Hawking y tantos otros sabios científicos hubiesen
decidido solo investigar y no divulgar? ¿O qué hubiésemos sabido sobre ufología y parapsicología si especialistas como Allen Hynek, Jacques Vallée, Charles Richet o Joseph B. Rhine no hubieran divulgado nada sobre sus investigaciones y teorías? Ellos sí han sido grandes y buenos divulgadores. Muy meticulosos en sus escritos. Verdaderos ejemplos a seguir.
Divulguemos, claro está. Pero hagámoslo con sensatez y seriedad.
Estrujémonos los sesos cuando escribimos. Cultivemos, a su vez, la buena
ortografía, pues escribir es un arte. Y erradiquemos esa nefasta tendencia de ser breves y superficiales
a la hora de redactar un texto. No vulgaricemos la divulgación más de lo que ya está. Hagamos
lo contrario: refinemos la divulgación. Así todos saldremos beneficiados.
(Por Moisés)