El pasado 6 de abril fallecía el teólogo suizo Hans Küng. Tenía 93
años. Küng, doctor en Filosofía y catedrático emérito de Teología en la
Universidad de Tubinga, ha sido para mí una figura fundamental a nivel
intelectual. Fue uno de mis referentes, en esa temprana etapa de mi vida en la
que comencé a cuestionar los postulados —o dogmas— de la fe católica, la
historicidad de Jesús, la infalibilidad papal y muchas otras cuestiones relacionadas
con la religión, la teología, la exégesis bíblica, etc. Küng, de alguna forma, influyó,
como otros autores críticos, en mi evolución hacia el ateísmo y la apostasía (proceso
que realicé oficialmente en 2008 tras una tediosa y, en ciertos momentos, tensa
tramitación con el Obispado de Huelva). Poseo varias de sus obras y conservo en
mis archivos numerosos recortes de prensa: artículos, entrevistas, críticas de
libros, etc. Y es que, desde finales de los años 80, he seguido con gran interés
su trayectoria y sus encontronazos con la Santa Sede.
Küng fue ordenado sacerdote en 1954, siendo sancionado años más tarde por
el Vaticano a causa de su postura crítica frente al dogmatismo papal y al
conservadurismo del clero (en 1979, el Vaticano le arrebató su cátedra).
Siempre mantuvo una postura beligerante hacia Juan Pablo II, a quien calificaba
de autoritario y de seguir un modelo absolutista medieval y, por tanto, contrario
a los avances reformistas del Concilio Vaticano II. Con anterioridad, ya se
enfrentó a Pablo VI por su encíclica Humanae Vitae, dedicada al control de la
natalidad. Además, Küng defendió la presencia de la mujer en el sacerdocio, promovió
la paz y la ética mundial, impulsó la tolerancia sobre las relaciones
prematrimoniales, la homosexualidad y el aborto, cuestionó la resurrección de
la carne y, respecto a la divinidad, reconoció que "ningún teólogo es
capaz de penetrar en su gran misterio".
(Por Moisés)