Hay siete millones de científicos en el mundo. Hombres y mujeres dedicados a la noble
tarea de comprender cómo es la realidad mediante la investigación científica. O,
al menos, eso intentan... Gracias a la cosmología, indagamos en los procesos que
dieron lugar al origen del universo o a la formación de las galaxias, buscando asimismo
respuestas a misterios como la materia
oscura y la energía oscura; a
través de la física cuántica, desentrañamos el enigmático mundo de las
partículas subatómicas, llegando al reino más ínfimo de la materia; la
microbiología, por su parte, se encarga de examinar los microbios, tanto los
que posibilitan la vida como los patológicos, lo cual nos sirve para producir
antibióticos, proteínas o como aplicación en biotecnología, entre otras cosas.
El conocimiento científico, además, ha resuelto multitud de cuestiones erróneas
difundidas en la antigüedad por la religión, como la teoría geocéntrica, que
colocaba a la Tierra en el centro del Universo. Copérnico, Galileo, Kepler, Newton y muchos otros hombres sabios han aportado notables
conocimientos científicos acerca del funcionamiento del mundo. La ciencia
también ha llevado al hombre a la Luna y ha inventado el ordenador. En ciencia,
ya se habla con total naturalidad de teletransporte de átomos, de multiversos y de viajes en el tiempo a
través de agujeros de gusano. Aun así, y como bien señalaba el astrofísico Carl Sagan, "la ciencia está lejos de ser un instrumento de conocimiento
perfecto. Simplemente, es el mejor que tenemos". La ciencia no es infalible.
Se equivoca y mucho. A pesar de poseer un mecanismo incorporado de corrección
de errores y huir de las verdades sagradas, está formada por seres humanos, con
sus virtudes y miserias. Y, a veces, hay muchos intereses en juego para
defender tal o cual teoría, para promover tal o cual investigación o... para
manipular resultados. Hay sonoros fraudes científicos perpetrados para conseguir
publicar en acreditadas revistas, como Science
o Nature, y hasta para obtener el
premio Nobel. No obstante, la ciencia mantiene su prestigio y poder a prueba de
bombas. Su influencia es indiscutible. El establishment
científico sigue unos criterios y una metodología muy estrictos, defendiendo
sus postulados de forma excesivamente dogmática y celosa. Esa actitud desata el
cientificismo, que observa con
demasiada desconfianza aquellas ideas vanguardistas capaces de suscitar nuevos paradigmas.
Surge así el enfrentamiento entre la ortodoxia y la herejía, haciendo acto de
presencia científicos disidentes que se oponen a ese conservadurismo extremo,
presentando teorías que ponen en entredicho modelos científicos que se consideran
bien definidos y establecidos.
Sobre esta
cuestión, que me parece sumamente interesante, hay una obra excepcional: EL ESPEJISMO DE LA CIENCIA, del
bioquímico Rupert Sheldrake (Edit.
Kairós, 2013), cuyos trabajos vengo siguiendo desde hace muchos años. Es uno de
esos científicos disidentes. Está considerado un "hereje de la ciencia".
En su revelador ensayo Una nueva ciencia
de la vida (1981), plantea una teoría revolucionaria: la existencia de campos morfogenéticos. Estos campos,
según explica, "poseen una memoria
inherente, que reciben mediante un proceso llamado resonancia mórfica".
Su hipótesis, basada en pruebas experimentales, supone la existencia de una
memoria en la naturaleza. Lo que sucede ahora está influido por lo que sucedió
antes. Esos hábitos dependerían de la resonancia mórfica. Así pues, cuantas más
personas aprendan una habilidad, más fácil les resultará a otras aprenderla,
gracias a la resonancia mórfica de los practicantes previos. "Patrones similares de actividad
resuenan a través del espacio y el tiempo con patrones posteriores. Esta
hipótesis se aplica a todos los sistemas autoorganizados, incluyendo átomos,
moléculas, cristales, células, plantas, animales y sociedades animales. Todos
se inspiran en una memoria colectiva y a cambio contribuyen a ella",
sostiene. Sus investigaciones en este terreno han sido aplaudidas, atrayendo el
interés de diversos científicos de mente abierta, pero también han sido muy
criticadas y repudiadas por los más conservadores. Su valía científica es cuestionada,
pese a su vasto curriculum: estudió bioquímica en la Universidad de Cambridge y
le concedieron una beca en la escuela de graduados de Harvard, donde estudió
Historia y filosofía de la ciencia. Tras su doctorado, fue director de estudios
en Biología celular y Bioquímica en Cambridge, además de investigador asociado
de la Royal Society. Sus investigaciones sobre el envejecimiento de plantas y
animales se publicaron en Nature en
1974. Pero el recelo que despertó entre sus colegas científicos pudo deberse,
en gran medida, a su interés por el estudio de las facultades parapsicológicas,
principalmente la ESP (Percepción Extrasensorial). "Descubrí que la navegación de las palomas era solo uno de los
poderes inexplicados de los animales. Otra era la capacidad de algunos perros
para saber cuándo sus amos están llegando a casa, al parecer
telepáticamente", afirma. En algunas de sus obras, aborda estas
cuestiones limítrofes del conocimiento. Son: Siete experimentos que pueden cambiar el mundo (1994), De perros que saben que sus amos están
camino de casa (1999) y El séptimo
sentido: la mente extendida (2003).
"He sido científico toda mi vida adulta y creo
firmemente en la importancia del método científico. Sin embargo, he llegado a
convencerme de que las ciencias han perdido buena parte de su vigor, vitalidad
y curiosidad. La ideología dogmática, la conformidad basada en el temor y la
inercia institucional están inhibiendo la creatividad científica",
denuncia Sheldrake en la obra que nos ocupa. En su particular cruzada, lucha
por una ciencia más creativa, interesante y divertida, por derribar dogmas científicos
inválidos o indemostrados y por erradicar tabúes intocables. Y todo ello lo
expone, con ejemplos muy gráficos, en El
espejismo de la ciencia. "Quiero
que las ciencias sean menos dogmáticas y más científicas. Creo que las ciencias
se regenerarán cuando se liberen de los dogmas que las oprimen", manifiesta.
Algunos de los postulados científicos que cuestiona son: que todo es
esencialmente mecánico; que toda la materia es inconsciente; que las leyes de
la naturaleza son fijas; que la naturaleza carece de propósito; que las mentes
están dentro de los cráneos y no son más que actividades de los cerebros; que
los fenómenos no explicados, como la telepatía, son ilusorios; y que la
medicina mecanicista es la única que funciona. "Juntas, estas creencias configuran la filosofía o ideología del
materialismo, cuyo supuesto central es que todo es esencialmente material o
físico, incluso las mentes", enfatiza.
En El espejismo de la ciencia, que supera
las 500 páginas, el lector asistirá a un repaso exhaustivo de las ideas
científicas que a lo largo de la historia han ido prosperando y convirtiéndose
en modelos establecidos por consenso. Sin embargo, tienen muchos puntos
débiles. Para Sheldrake, el reduccionismo científico es un fracaso y la
filosofía mecanicista está equivocada. Cuestiona, asimismo, los argumentos
dualistas-materialistas que, pese a haber proliferado durante siglos, no han
ofrecido una explicación convincente respecto a la interacción entre el cuerpo
y el cerebro. "El argumento más
poderoso a favor del materialismo es el fracaso del dualismo a la hora de
explicar cómo operan las mentes inmateriales y cómo interactúan con el cerebro.
El argumento más poderoso a favor del dualismo es la inverosimilitud y la
naturaleza contradictoria del materialismo", remarca.
A quienes
nos interesan el mundo de las anomalías y los hechos inexplicados, el capítulo
9 de dicha obra, titulado ¿Son ilusorios
los fenómenos psíquicos?, nos resulta muy enriquecedor, porque nos
habla de los prejuicios científicos en torno a los fenómenos estudiados por la
parapsicología, pese a ser una disciplina surgida de las investigaciones
llevadas a cabo por hombres de ciencia, como los que formaban parte de la Society for Psychical Research, fundada
en Londres en 1882. Sheldrake, como tantos otros científicos, no prestaba la
menor atención hacia las supuestas facultades psi. "A lo largo de mi
educación científica en la escuela y en la universidad, me convertí al punto de
vista materialista y asimilé la actitud estándar hacia la telepatía y otros
fenómenos psíquicos. Los despreciaba. No estudié la evidencia porque asumí que
no había nada que mereciera la pena leer", reconoce. Pero influido por
sir Rudolph Peters, un ex profesor
de Bioquímica de Oxford que había examinado la telepatía y concluyó que realmente
ocurría algo inexplicado, Sheldrake abrió su mente hacia esta cuestión y se
puso a investigar por sí mismo, obteniendo resultados muy significativos. Todo ello lo describe detalladamente en dicho
capítulo que, como los demás, no tiene desperdicio.
Hay que
agradecer a la editorial Kairós, fundada en 1965 por el filósofo Salvador Pániker, que haya sacado a la
luz en castellano esta fantástica obra en su colección Nueva Ciencia. Si algo caracteriza a
esta editorial, de la que poseo muchas obras en mi amplia biblioteca, es la
publicación de libros heterodoxos escritos por prestigiosos científicos,
pensadores y filósofos. Obras de David
Bohm, Michael Talbot, Charles Tart, Fritjof Capra, Stanislav
Grof, Ken Wilber, etc. Textos muy recomendables, destinados a
lectores muy exigentes que disfrutan adentrándose por terrenos poco explorados
del saber.
RUPERT SHELDRAKE
(Por Moisés)
Es de agradecer que verdaderos científicos comiencen a alejarse de dogmas y prejuicios. De lo contrario caerían en un inmovilismo no apto para la evolución humana. Gracias por estos aportes y documentación. Saludos.
ResponderEliminarGracias por tu comentario, Carlos. Ese es el deseo: un cambio en la mentalidad científica, para ampliar el horizonte del conocimiento, no para reducirlo. Un saludo, Moisés.
EliminarInteresante aportación que añade criteros en la recurrente polémica ciencia vs fe. Con ese mismo espíritu, entre muchas otras opiniones, Carl Sagan, el desaparecido divulgador científico, dijo aquello y Karl Popper enunció su teoría de la falsación.
ResponderEliminarAsí es. Gracias por tu comentario. Un saludo, Moisés.
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