Hay libros que me dejan una profunda huella. Libros que considero
"faros" o "guías". Libros que consulto y releo a menudo
porque me enriquecen como persona, ya que me aportan profundos conocimientos y
valiosas reflexiones que suelo aplicar en mi particular búsqueda de la verdad.
Esa sed de conocimiento que poseo desde chaval se ha visto saciada por grandes
obras científicas. Mi autor científico favorito es, sin duda, Carl Sagan (1934-1996). Me encantó leer
en su día Vida inteligente en el universo
(1966), La conexión cósmica (1973), Comunicación con inteligencias
extraterrestres (1973), Los dragones
del Edén (1977), El cerebro de Broca
(1979), Cosmos (1980), El mundo y sus demonios (1995), etc.
El neurólogo Irving Bierdeman
asegura que cuando sacias la sed de conocimiento, el efecto de esa recompensa
cerebral es muy parecido al que puede experimentarse con una dosis de opiáceos
naturales. Comprendo entonces el placer que produce leer un buen libro y la
adicción permanente que tenemos los empedernidos lectores. Necesitamos ese
"chute" constante para sentirnos bien. Una de las obras que me ha
producido esa placentera sensación no está escrita por Sagan, pero trata de
Sagan. Es la extraordinaria biografía Carl
Sagan. Una vida en el cosmos, de William
Poundstone, obra que se publicó en 1999, aunque en España ha visto la luz
en 2015 gracias a Ediciones Akal. La edición es magnífica, impecable. Y su
narrativa es ágil, desenfadada, pero exhaustiva a la vez. Cuando comencé a
sumergirme en su lectura, enseguida supe que estaba ante otro libro que me
dejaría una huella imborrable. Y acerté. Más que leer, lo he estudiado, lo he
degustado con detenimiento, lo he subrayado de arriba abajo, he tomado
infinidad de notas y me ha conducido a consultar otros trabajos de Sagan
desconocidos para mí. El autor se ha esmerado hasta la saciedad a la hora de
ofrecernos todos los datos biográficos posibles de un hombre enamorado del
universo, obsesionado con la idea de la pluralidad de mundos habitados, entregado
a la ciencia y a la búsqueda de la verdad, hostil contra el fraude y las
falacias (científicas y pseudocientíficas), y perplejo ante la cantidad de
misterios que aún no hemos sido capaces de desentrañar.
Sagan, el científico que nos cautivó a los jóvenes de mi generación
con su insuperable serie Cosmos (se
emitió en sesenta países a principios de los años 80), solía mirar al cielo siendo
adolescente. Lo hacía a menudo con la esperanza de ver uno de esos 'platillos
volantes' a los que se refería la prensa de la época. Se preguntaba si podía
existir vida en otros mundos y si seres inteligentes habían llegado a la
Tierra. "Sagan creía sinceramente en
los ovnis... no como un fuego fatuo, no como una histeria de masas, sino como
naves espaciales que visitaban la Tierra", señala Poundstone. Pensó
incluso que algunos personajes bíblicos, entre ellos Jesús, pudieran haber sido realmente extraterrestres. Aquella
incipiente pasión por el fenómeno OVNI —hasta el punto de no comprender por qué
la mayoría de gente no se tomaba el tema en serio— influyó notablemente en su
devenir como astrónomo y, sobre todo, como exobiólogo. "Desde temprana edad, Carl se entregó a la fabulosa misión de
buscar vida en otros mundos (...) El acicate en la vida y la carrera de Sagan
fue la vida extraterrestre. Se reservó como terreno propio la exobiología, el
estudio hipotético de la vida extraterrestre. El tema se encuentra en el primer
plano o en el trasfondo de la mayoría de los 300 artículos científicos de
Sagan".
Como a tantos otros niños, a Sagan le atraían los tebeos, la magia,
los dinosaurios, las estrellas... Sobre todo, "las novelas de ciencia ficción de Edgar Rice Burroughs ambientadas en Marte". Pero a
diferencia de muchos niños, Sagan era un superdotado. Tenía una gran
inteligencia y capacidad para el estudio. Progresaba de una forma increíble
para su edad. De hecho, le permitieron saltarse varios cursos. Lo primero que
hizo cuando ahorró algo de dinero fue comprarse un telescopio. En la época del
instituto, aprendió más por su cuenta que con los mediocres profesores de
ciencias que tuvo. Se aburría en clase. En casa, sin embargo, leía con
profusión libros sobre el universo y los viajes a otros mundos. Una obra que le
impactó fue Interplanetary Flight
("Vuelos Interplanetarios"), de Arthur
C. Clarke. También descubrió otro fascinante mundo: el sexo femenino. Y
comenzaron sus primeros enamoramientos, con los correspondientes arrebatos de
felicidad y quebraderos de cabeza que el amor conlleva.
La célebre paradoja de Fermi —"Si nos visitan, ¿dónde están todos?"— fue convenciendo
al joven Sagan de la escasez de pruebas para aceptar la procedencia
extraterrestre de los OVNIs. Aun así, su pasión por la búsqueda de vida
extraterrestre desde un ámbito exclusivamente científico fue in crescendo. Ese optimismo se vio
apoyado por el experimento Miller-Urey,
cuyos resultados validaban que la vida pudiese surgir en cualquier parte del
universo. "Esto ejerció un poderoso
hechizo sobre Sagan. El experimento Miller-Urey se convertiría en la fuente del
nuevo campo de la exobiología", escribe Poundstone. Sagan defendió
brillantemente su tesis sobre los orígenes de la vida, obteniendo en 1955 su
licenciatura cum laude en ciencias.
Al año siguiente, logró su doctorado. Comenzó a trabajar en astronomía con Gerard Kuiper, en el Observatorio McDonald
(Fort David, Texas). Durante el verano de 1956, Sagan fijó su atención en
Marte, aprovechando que estaba en oposición (a solo 55 millones de km de la
Tierra). Compaginaba su vocación por la astronomía con una tumultuosa relación
sentimental con Lynn Alexander. A
pesar de las constantes peleas, él la consideraba su chica ideal, ya que poseía
intereses intelectuales y científicos. Lynn estudió biología y se especializó
en genética. Se casaron el 16 de junio de 1957 (el matrimonio duró tan solo siete años;
hoy ella es conocida como la prestigiosa bióloga Lynn Margulis). Carl prosiguió ese verano con sus estudios de
química y física. En Madison, Sagan conoció a un científico que influyó bastante
en su vida: Joshua Lederberg. Ambos
cultivaron una gran amistad, retroalimentada por el interés hacia la vida
extraterrestre. Este reputado microbiólogo y genetista —fue quien acuñó el término exobiología— abrió las puertas de la
NASA a Sagan, que trabajó como científico experimental en la sonda Mariner. Su carrera despegaba a pasos
agigantados, merced a los excelentes e inéditos trabajos que iba publicando. En
1960, logró su doctorado en astronomía y astrofísica por la Universidad de
Chicago. Venus y Júpiter se convirtieron en sus nuevos objetos de estudio.
Sagan quería saber si se producen moléculas orgánicas en sus atmósferas. Pero
había algo más que le preocupaba: el dióxido de carbono generado por la
combustión de carburantes. ¡Comenzó a hablar del efecto invernadero y del
calentamiento global a principios de los años sesenta!
Conocer en persona al astrónomo Frank
Drake, pionero en la búsqueda de vida extraterrestre, supuso para Sagan una
enorme alegría. La célebre reunión de Green Bank, en 1961, convocó a los
principales científicos preocupados por la cuestión. Sagan tenía 26 años y un
prometedor futuro por delante. Enseguida, se ganó el respeto y la admiración de
los eminentes científicos allí congregados. En aquel histórico evento privado,
se dio a conocer la influyente "ecuación de Drake". Todos aplaudieron
a su artífice. El número de inteligencias extraterrestres que pudieran existir
en nuestra galaxia depende, según dicha ecuación, de siete factores. ¿Y si las
civilizaciones alienígenas se destruyen a sí mismas cuando alcanzan un estadio
tecnológico? ¿Cuántas de esas civilizaciones tendrían interés por comunicarse
con otras? ¿Y si recibimos un mensaje y somos incapaces de descifrarlo? Las
brillantes mentes de Green Bank debatieron intensamente sobre tales cuestiones,
sin llegar a un consenso...
En 1962, la Universidad de Harvard le ofrece un puesto como profesor
asistente de astronomía. A su vez, trabaja en el Observatorio de Astrofísica
Smithsoniano de Cambridge. Y hace su primera aparición en la CBS para hablar de
exploración espacial. Su popularidad crece. Tiene carisma y don de palabra.
Sabe contagiar su pasión por el conocimiento científico y por las maravillas
del espacio.
Se cruzó por su vida la bella Linda
Salzman. Se enamoraron y formalizaron la relación. Mientras, la Mariner 4 llegaba al planeta rojo. No
detectó el menor signo de vida. Se notó el pesar de Sagan. Los OVNIs reclamaban
de nuevo su atención. A mediados de los 60, Edward Condon, físico de la Universidad de Colorado, fue propuesto
para llevar a cabo una investigación científica del Proyecto Libro Azul de la USAF. Sagan había trabajado con él tiempo
atrás. Condon decidió contar con su colaboración para tal fin. "Sagan aceptó y se convirtió en el más
joven de los seis científicos, ingenieros y psicólogos que compusieron el
Comité Ad Hoc para la Revisión del
Proyecto Libro Azul de Condon", afirma el biógrafo.
La droga también pasó por la vida de Sagan. A través de la marihuana,
protagonizó algunas experiencias alucinatorias sumamente enriquecedoras.
Incluso su creatividad, capacidad de trabajo y deseo sexual aumentaron con el
consumo del cannabis. Todo ello lo describe detalladamente Poundstone en su
obra biográfica. "Algunos colocones
tienen un aspecto religioso (...) A veces me asalta una especie de percepción
existencial del absurdo", declaró Sagan en una entrevista.
Poundstone nos sigue conduciendo a lo largo de las más de 500 páginas
por la trayectoria vital de un hombre que siempre tenía ideas brillantes,
proyectos de envergadura y cosas interesantes que contar en sus conferencias,
entrevistas, artículos y obras divulgativas. El autor no pasa por alto los
problemas de Sagan con la Universidad de Harvard, hasta el punto de marcharse.
Y su feliz destino en la Universidad de Cornell, donde sí le concedieron la titularidad.
Desde su nuevo laboratorio, se impulsaron relevantes proyectos de exploración
espacial y de allí salieron futuros científicos que se dedicaron en cuerpo y
alma a la exobiología. Sagan proponía a sus alumnos no identificarse emocionalmente
con sus propias teorías, para que no se derrumbaran en caso de que finalmente
se descubrieran que dichas teorías eran erróneas. "Esto es un suicidio científico. La teoría y la persona no son lo
mismo", aconsejó.
Sagan siguió preocupado por el tema OVNI aunque desde el lado
escéptico. Veía con asombro cómo un astrónomo de la talla de Donald Menzel negaba el asunto
radicalmente, mientras que un prestigioso químico como Harold Urey defendía su realidad, reconociendo haber visto OVNIs en
varias ocasiones. Esta paradoja entre sus colegas, más su participación en el Informe Condon, le motivó a la hora de
proponer un debate científico sobre los OVNIs a la Asociación Americana para el
Avance de las Ciencias (AAAS). Ante el estupor de los científicos más recelosos,
la propuesta fue aceptada y el evento tuvo lugar en diciembre de 1969. Uno de
los científicos invitados al simposio fue James
E. McDonald, físico atmosférico de la Universidad de Arizona y defensor a
ultranza de las visitas extraterrestres. No faltó tampoco el doctor J. Allen Hynek, precursor del estudio
científico de los OVNIs. Fue, sin duda, una reunión memorable. Las actas del simposio
se publicaron en 1972 bajo el título UFO's.
A Scientific Debate. Sagan ya no volvió a soñar más con "hombrecillos
verdes". Prefirió poner sus miras en las sondas Pioneer 10 y Pioneer 11 que
la NASA estaba preparando para un viaje hacia los confines del Sistema Solar y
más allá. Las naves llevarían un mensaje por si acaso eran interceptadas por
criaturas alienígenas durante su rumbo a otros mundos. La ya esposa de Sagan,
Linda, se encargó de dibujar a la pareja desnuda que tanta polémica desató
entre los más puritanos y religiosos, que llegaron a sugerir que la imagen era
pornográfica (?). También muchas feministas se escandalizaron, ya que el hombre
aparecía saludando, mientras que la mujer estaba en una actitud pasiva.
No voy a alargarme más. Insisto
en que la biografía de Sagan elaborada por el ensayista y escéptico americano William Poundstone es una auténtica
gozada. No dejen de leerla. Así sabrán del entusiasmo de Sagan cuando a través de SETI
se recibían ciertas señales aparentemente inteligentes. Y de su frustración al
descubrir que no provenían de civilizaciones extraterrestres. Y de sus extraños
sueños vinculados con Marte en los que se veía paseando por el planeta. Y de
tantas cosas que compartió con su última pareja, Ann Druyan, el gran amor de su vida. Y de su lucha antibelicista y
en pro de los derechos humanos. Y de todo el esfuerzo que le supuso preparar la
fantástica serie Cosmos. Y de cómo se
convirtió en el científico más famoso de su tiempo. Y de la envidia que otros
científicos le tenían por ser frecuentemente requerido por los medios y vender tantos libros. Y de lo que sufrió con su terrible enfermedad que le
llevó a la tumba en 1996. Y de su legado en el Instituto de Astrobiología
de la NASA. ¿De veras se lo piensan perder?
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