Hace poco se cumplían cuatro décadas del
lanzamiento de las Voyager 1 y 2, sondas puestas en órbita por la NASA
en 1977. Su objetivo fundamental era indagar en torno a los planetas más
externos de nuestro Sistema Solar. Entre 1979 y 1989, las Voyager nos proporcionaron imágenes y multitud de información sobre
Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, superando las expectativas puestas en ellas,
pues se creía que estarían en funcionamiento solo cinco años. Son los
artefactos fabricados por el hombre que han llegado más lejos. La Voyager 1 ha sido el primero en alcanzar
el espacio interestelar. Quizás esto se deba en gran medida a los generadores
termonucleares de plutonio que las impulsarán hasta el año 2020. A partir de
entonces, quedarán a la deriva y perderemos comunicación con ellas, sin
embargo, no estarán exentas de interés. Además de exploradoras, son portadoras
de un importante mensaje: “Cuando el
cohete despegó, todos fueron conscientes de lo formidable que era la tarea que
acababan de realizar. La placa de las Pionneer, había calculado Sagan,
sobreviviría mucho después de que las pirámides y todos los demás monumentos
terrestres se hubieran convertido en polvo. El disco de las Voyager, con su
tapa protectora, se esperaba que durara aún más”, relata William Poundstone en su obra
biográfica Carl Sagan. Una vida en el
Cosmos (1999), donde alude a ese momento histórico en el que el brillante
astrónomo lidera al equipo científico que elaboró cada uno de los discos de oro
que acompañan a estos artilugios aeroespaciales. Los discos contienen imágenes
y sonidos que representan la variedad biológica y cultural de nuestro planeta,
con el fin de mostrar a una hipotética civilización extraterrestre lo que
somos, dónde estamos y cómo es nuestro planeta. ¿Seremos encontrados por algún
vecino interestelar, incluso después de habernos extinguido? Sin duda, esta
iniciativa es comparable a lanzar al mar un mensaje en una botella y esperar a
que esta sea encontrada por algún buque, pero las posibilidades de ser vistos
en las aguas espaciales son mucho más remotas, sobre todo si tenemos en cuenta
que las Voyager tardarán más de
40.000 años en alcanzar otra estrella y otros posibles planetas.
No obstante, científicos, ingenieros y
técnicos siguen trabajando para superar las distancias estelares en menor
tiempo y empleando otros métodos de propulsión. En el año 2016 se daba a
conocer Breakthrough StarShot, un
proyecto apoyado por el cosmólogo Stephen
Hawking y financiado por el visionario multimillonario Yuri Millner. Se pretende construir naves del tamaño de un microchip,
que llevarían incorporado un equipo para enviar fotografías y otros datos, así
como velas solares para navegar en el espacio. Serían lanzadas mediante rayos
láser que las impulsarían a un quinto de la velocidad de la luz. El destino
elegido sería Alfa Centauri, nuestro sistema solar más cercano, a sólo cuatro
años luz. Con el impulso del láser llegarían hasta allí en tan solo veinte
años. Curiosamente, en Alfa Centauri se encuentra Próxima B, una estrella en
torno a la cual gira un planeta potencialmente habitable. Ambos fueron
descubiertos cuatro meses después del anuncio del proyecto de las velas solares
por el astrónomo español Guillem Anglada
y su grupo. Si las velas consiguen el impulso necesario y su diseño es óptimo
para viajar a esa velocidad y distancia, podrían ser los primeros ingenios
humanos en explorar esta desconocida, y seguramente fascinante, región del
universo.
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