«No sólo las cosas caducan, también las
ideas. Y es muy improbable que dentro de veinte años conservemos nociones como
las de privacidad o reloj biológico... Y mucha atención al futurible más
inquietante de todos y en el que ya trabajan grandes científicos: el fin del
envejecimiento e incluso de la muerte»,
afirma la periodista Marta García Aller en El fin del
mundo tal y como lo conocemos, obra publicada en 2017 por el prestigioso
sello Planeta. Si bien, las anteriores afirmaciones parecen extraídas de una
novela de ciencia-ficción, la autora tiene sólidas razones para presentarlas
como una realidad inminente. Tras una concienzuda documentación y entrevistas a
expertos en genética, robótica, inteligencia artificial, economía, filosofía,
etc., relata cómo ciertos inventos e ideas sustituirán a los de antaño e
inexorablemente transformarán el mundo.
El fin del trabajo debido a la
automatización y a la robotización, el fin de los volantes con la aparición de
los coches autónomos o el fin de las tiendas sin vendedores son algunos de los
escenarios expuestos en este libro. Y es que no se trata de una obra
visionaria, sino de una objetiva investigación de cómo está cambiando nuestro
mundo gracias a esas innovaciones que se han colado en nuestra vida diaria casi
sin que nos demos cuenta. La irrupción de los teléfonos móviles, el internet de
las cosas en la casa con electrodomésticos inteligentes, capaces de enviar una
lista de la compra por la red de redes, o incluso gestionar nuestra agenda
diaria, son solo algunos ejemplos. Y es que estamos viviendo momentos clave en
la historia de la humanidad, en los que la Cuarta Revolución Industrial ya está
teniendo lugar. Una revolución que cambiará también nuestro entorno como la
creación de leyes que establecerán los usos y límites de esta tecnología o
incluso una nueva filosofía de vida en la que, si se cumplen los
pronósticos de algunos genetistas, podremos alargar notablemente la juventud,
retrasar la vejez y llegar a vivir hasta los 150 años. Por tanto, no tendrá
sentido jubilarse a los 65. “El siglo XXI va a necesitar de knowmads o
nómadas del conocimiento (…) Estamos de forma inevitable, destinados a
convertirnos en novatos constantes, estudiar ya no va a ser una fase, sino un
proceso vital. ¿De verdad creemos que estudiar una carrera o un oficio hasta
los veintipocos puede enseñarles a los jóvenes de hoy lo que van a necesitar en
2050?”, se pregunta la autora tras reflexionar sobre este asunto. Y no es
una cuestión baladí. Si en unos años va a ser posible alcanzar semejante edad,
o incluso, como desearían algunos transhumanistas, la inmortalidad,
esto supondría una nueva y terrible desigualdad: los poderosos podrán
llegar a vivir más de 150 años (o más, si se cumple la quimera de la vida
eterna), mientras que los pobres vivirán pocos años y fallecerán
irremediablemente.
Por otro lado, el hecho de que la automatización
pueda dejar sin empleo a millones de personas, como ya se ha advertido desde la
cumbre económica internacional de Davos (Suiza), así como el aumento de la
calidad y la esperanza de vida, dará lugar a que la gente viva muchos más años
y cuente con mucho más tiempo libre. Tendremos que prepararnos para
establecer protocolos de actuación ante semejante panorama. Algunos proponen
como solución una renta básica universal a los desempleados por esta
automatización. Otra solución sugerida es aplicar impuestos a los robots que
sustituyan a humanos en su trabajo. Sin embargo, ambas propuestas parecen
demasiado simples frente a problemas complejos. ¿Qué tan eficaz sería pagar un
sueldo que no fuese resultado de ejercer un oficio o profesión? ¿Desaparecerán las
actuales prestaciones y serán sustituidas por este hipotético salario mundial?
¿Por qué se habla de aplicar impuestos a robots y a máquinas si desde hace años
las empresas ya pagan sus correspondientes tributos por su actividad económica
resultado de la intervención de máquinas? Sin duda, nos encontramos ante un
panorama incierto, pues aunque ya estamos viviendo grandes cambios, hasta que
éstos no acontezcan del todo no sabremos cuáles serán sus consecuencias y, por
tanto, las medidas más oportunas.
Algunas profecías tecnológicas aún no se
han cumplido, como la llegada del hombre a Marte prevista para el año 2000. Por
el contrario, otras como la irrupción de ordenadores personales y la telefonía
móvil, se han ido sucediendo de forma imparable y progresiva. “La
velocidad del cambio, sin embargo, está por definirse. Al fin y al cabo estamos
hablando de la carrera de la ciencia por la vida eterna cuando la batería del
móvil ni siquiera nos aguanta un día entero. Y de una inteligencia artificial
capaz de hacer el trabajo de brókeres y abogados cuando en casa tenemos
aspiradores presuntamente robóticos que siguen dándose de cabezazos contra la
puerta del salón. No olvidemos que el futuro siempre es una ficción”,
sentencia la autora dejando la puerta abierta a esas innovaciones que darán
“fin” al mundo tal y como lo conocemos.
El lector disfrutará del texto de
principio a fin con un detallado, ameno y a la vez elocuente discurso. Más de
uno que haya vivido esa transición analógico-digital de la década de los 80 del
pasado siglo hasta los inicios del siglo XXI se verá reflejado en las líneas
de esta obra.
Marta García Aller (Madrid, 1980) estudió
Humanidades y Periodismo en la Universidad Carlos III de Madrid. Ha trabajado
en la BBC de Londres, El Mundo, Actualidad
Económica y la agencia EFE. Actualmente, es analista de economía y
cronista de actualidad del programa La Brújula, de Onda Cero. Es
periodista del periódico El Independiente y profesora asociada
desde 2010 del IE School of Human Science and Technology del IE
Business School. Tiene diversos galardones periodísticos, como el Premio de
Periodismo Económico Hispano-Luso. IE Business School de 2016 o el Premio
Vodafone de Periodismo en la categoría Economía de 2017.
(Por Claudia)
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