Cuando
nos sumergimos en la lectura de un buen libro es como si se detuviese el
tiempo. Me suele ocurrir siempre que leo alguna obra de Carl G. Jung. Me recreo con sus
palabras, las medito y las digiero poco a poco para saborear lo mejor posible
las apetitosas enseñanzas que este gran pensador y sabio nos transmitió, y que
tan influyentes han sido en el desarrollo de la llamada psicología analítica. Sus
brillantes ideas nos ofrecen una visión totalmente reveladora y profunda del
inconsciente humano, individual y colectivo. Pero en esta ocasión no voy a
comentar un libro firmado por Jung, sino más bien una obra que considero
imprescindible para conocer detalladamente la relación profesional, así como la
amistad y posterior enemistad, que mantuvo con su mentor Sigmund Freud.
La
reconocida editorial Trotta lleva años publicando todos los textos que salieron
de la pluma de Jung. Están agrupados bajo la colección Obras Completas. No hace falta decir que Trotta, cuya andadura editorial se
inició en 1990, se esmera con la máxima exquisitez para acercar al lector
libros de un gran nivel cultural sobre temas científicos, filosóficos,
religiosos, históricos, etc., no en vano recibió en 1999 el Premio Nacional a
la Mejor Labor Editorial Cultural. El libro que deseo comentar, Sigmund Freud y C. G. Jung.
Correspondencia (2012),
aunque no está incluido entre los volúmenes de las citadas Obras Completas, está totalmente vinculado a las mismas.
Ha visto la luz en la colección Estructuras
y Procesos, de la serie Psicología. Sus 613 páginas lo convierten en una
pieza única y muy valiosa para todo interesado en el pensamiento
junguiano.
En la
primera reunión que mantuvieron Jung y Freud charlaron durante trece horas
ininterrumpidas. Fue en Viena, en 1907. Siete años antes, Jung leyó La interpretación de los sueños,
de Freud, y quedó fascinado al conocer el concepto de mecanismo de represión. Sobre
todo, porque coincidía plenamente con las investigaciones que él mismo estaba
llevando a cabo, aunque no estaba de acuerdo con la causa que proponía el padre
del psicoanálisis para explicarlo: el trauma sexual. Freud convirtió su teoría
en un dogma. Jung disentía. Aun así, se estableció un fructífero lazo afectivo
y profesional entre ambos. "Hacerle
justicia a Freud no supone, como muchos temen, la sumisión incondicional a un
dogma, ya que se puede muy bien seguir conservando un juicio
independiente", sostiene Jung en el prólogo de su monografía Sobre la psicología de la dementia
praecox (1906). Tuvieron
varias reuniones privadas, compartieron casos clínicos, impartieron
conferencias y viajaron juntos. Hasta que en enero de 1913 la relación entre
ambos se dio por zanjada, debido a las desavenencias surgidas tiempo atrás. El
camino emprendido por Jung, adentrándose por terrenos como la mitología, la
religión, la alquimia, la astrología, etc., más su desinterés a la hora de
priorizar la teoría de la libido,
significó para Freud una traición de alguien que consideraba su alumno más
aventajado. Leyendo el intercambio epistolar que mantuvieron entre 1906 y
1913 —recogido en la obra que nos ocupa, repleta de
referencias a pies de página y completada con comentarios editoriales a las
cartas más un índice analítico—, podemos apreciar con total claridad la tensión
que afloró entre ambos, maestro y discípulo, a la hora de defender sus
antagónicas respuestas sobre la forma de operar la parte oculta del psiquismo
que no está dirigida por la conciencia (una tensión que se vio asimismo
alimentada por la atracción que despertó en ambos la paciente histérica Sabine
Spielrein, que se convirtió en amante de Jung, una historia retratada en el
film Un método peligroso).
A pesar del respeto mutuo que se profesaron hasta el fin definitivo de su amistad (en el trato epistolar solían llamarse de usted y habitualmente Freud encabezaba sus cartas escribiendo "Querido colega", mientras que Jung se dirigía a su mentor como "Muy estimado señor profesor"), la crispación, unas veces más intensas que otras, era unánime, aunque más por parte de Freud, que fue quien dio por concluida su relación personal con Jung: "Le propongo, por tanto, cesar por completo nuestras relaciones privadas" (carta fechada el 3 de enero de 1913). El artífice de la teoría del inconsciente colectivo se sintió por fin liberado de la actitud tan paternal y arrogante de Freud, tomando también la decisión de dimitir como presidente de la Sociedad Psicoanalítica Internacional, que tenía su sede en Zurich. Aquello originó un auténtico cisma, cuyas secuelas aún hoy se perciben en el mundo de la psicología profunda, con bandos claramente diferenciados y hasta opuestos.
A pesar del respeto mutuo que se profesaron hasta el fin definitivo de su amistad (en el trato epistolar solían llamarse de usted y habitualmente Freud encabezaba sus cartas escribiendo "Querido colega", mientras que Jung se dirigía a su mentor como "Muy estimado señor profesor"), la crispación, unas veces más intensas que otras, era unánime, aunque más por parte de Freud, que fue quien dio por concluida su relación personal con Jung: "Le propongo, por tanto, cesar por completo nuestras relaciones privadas" (carta fechada el 3 de enero de 1913). El artífice de la teoría del inconsciente colectivo se sintió por fin liberado de la actitud tan paternal y arrogante de Freud, tomando también la decisión de dimitir como presidente de la Sociedad Psicoanalítica Internacional, que tenía su sede en Zurich. Aquello originó un auténtico cisma, cuyas secuelas aún hoy se perciben en el mundo de la psicología profunda, con bandos claramente diferenciados y hasta opuestos.
No podemos saber a ciencia cierta quién de los dos influyó más en el otro (me
pregunto si Jung hubiese existido sin Freud y Freud sin Jung), pero lo que está
claro es que, como bien señala William
McGuire en la introducción a
la obra aludida, "ambos
obtuvieron impulsos creadores a partir de su amistad y del amargo final de
esta". Por eso, leer sus misivas supone conocer aspectos íntimos de
ambos personajes: sus pasiones, sus sueños, sus proyectos, sus frustraciones...
Se aprecia en ellas la dificultad que ambos tienen para separar sus postulados
teóricos de lo puramente personal. Freud necesitaba constantemente la
aprobación de su pupilo. "No renuncio a esperar que en el
transcurso de los años se aproximará mucho más a mí de lo que actualmente
considera posible", leemos en la segunda carta enviada por Freud
(07-10-1906). Sin embargo, no consiguió ese deseo. "He visto por
otra parte con bastante claridad que el término de 'libido' y en general todos
los términos transferidos de la sexualidad a su concepción ampliada (y desde
luego tienen indudablemente su justificación) resultan equívocos, o al menos no
didáctico", le escribe Jung el 31 de marzo de 1907. Freud
consideraba que la amistad se resentía cada vez que Jung sacaba a colación
alguna idea heterodoxa, como la que expuso en su carta del 8 de mayo de 1911,
no sin cierto reproche a su maestro: "Hemos
de conquistar también al ocultismo [...] Ahora le estoy dando vueltas a la
astrología, cuyo conocimiento aparece como imprescindible para la comprensión
de la mitología. En estos oscuros dominios existen cosas maravillosamente
extrañas. Déjeme, por favor, vagar a mis anchas por estas infinitudes. Traeré
un rico botín para el conocimiento del alma humana".
Podría
extenderme más, y lo haría muy gustosamente, pero de lo que se trata es de
animar al lector a acercarse a la extensa correspondencia de ambos colosos,
reunida en esta magnífica obra editada por Trotta. La cantidad de conocimientos
expuestos en sus cartas a través de las lúcidas opiniones clínicas y
científicas de ambos colegas, y los datos que suministran sobre el incipiente
movimiento psicoanalítico, hacen de estos documentos epistolares un material
histórico sin precedentes. Afortunadamente, esta correspondencia se conservó.
Jung permitió que Aniela Jaffé,
secretaria del Instituto C. G. Jung de Zurich, la leyera. Luego le pidió que se
la entregara al doctor C. A.
Meier, director de dicho centro. El proceso para la conservación y custodia
de las cartas, el consentimiento de Jung y de la familia de Freud para su
posible publicación, y los contratos y acuerdos establecidos a posteriori, se
explican detalladamente en la introducción de McGuire, que no deja de ser otra
lectura sumamente apasionante. En definitiva, Sigmund Freud y C. G.
Jung. Correspondencia es una
obra fundamental que recomendamos encarecidamente.
SIGMUND FREUD Y CARL G. JUNG
(Por
Moisés)
Demuestras con esa sencillez que te caracteriza, tu profundo conocimiento como estudioso de estos temas, de la figura de personajes de traza vital tan compleja, como la de Carl G. Jung. No es para nada frecuente, encontrar por los lares de la blogosfera, con artículos y notas de tanta calidad como las que nos compartes. Enhorabuena Moisés Garrido, y sigue construyendo paso a paso esta gran blog vuestro.
ResponderEliminarUna vez más, agradezco tus palabras. Intento, en la medida de mis posibilidades, transmitir a los demás la gran pasión que tengo hacia los libros. Hacia aquellos libros que contienen sabiduría en sus páginas, como los de Jung. Un abrazo.
ResponderEliminarGenial recomendación. Has despertado mi curiosidad. Intentare hacerme con el libro ;-)
ResponderEliminarMoises,deberías hacer una conferencia para que más gente conozca a este apasionante personaje. El reportaje impecable,como siempre.
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