Si me preguntan en qué época me hubiese gustado vivir, respondería que
en el siglo XVIII, en plena Ilustración. Y si también me piden que eligiese el
lugar, diría que en París. Me fascina el período ilustrado y haber podido
conocer a aquellos filósofos que se reunían en el salón del barón Paul Thiry d'Holbach (1723-1789), sito
en la rue Royale Saint-Roch de París, el epicentro de la vida intelectual
europea. Asistir a algunas de esas reuniones, hubiese sido para mí una
experiencia muy enriquecedora. Precisamente, el barón D'Holbach es para un
servidor el más importante filósofo ateo de todos los tiempos, sin olvidar, claro
está, a mi admirado Epicuro, cuyo
pensamiento filosófico tenía como fin la ataraxia.
Bastante de epicúreo tenía, por cierto, D'Holbach, quien se convirtió en el
principal anfitrión de los sabios ilustrados, reunidos en torno a una buena comida
y a vinos finos. ¿Y por qué me atrae tanto este movimiento filosófico y las
reuniones que se organizaban en casa de D'Holbach? Por las razones expuestas detalladamente
por el historiador Philipp Blom en
su magistral obra GENTE PELIGROSA. EL RADICALISMO OLVIDADO DE LA ILUSTRACIÓN EUROPEA (Anagrama, 2012), que elijo para esta nueva entrega de EN MIS RATOS LIBROS. Hay
libros cuya lectura es una auténtica gozada. Este es uno de ellos...
Cabe subrayar que las ideas revolucionarias de aquellos hombres y
mujeres fueron más allá de la revolución política. Querían a toda costa erradicar
el temor y la ignorancia promovidos por la religión, representada por una institución eclesiástica tiránica y decadente. Anhelaban caminar con plena
libertad, sin vanas esperanzas de una recompensa post mortem, y comprender con el uso de la razón el lugar que
ocupaban en el universo. "El salón
de D'Holbach, abierto a espíritus afines todos los jueves y domingos, ofrecía
unas condiciones ideales a los ilustrados radicales (...) Los amigos de
D'Holbach podían poner a prueba sus ideas, debatir sobre cuestiones filosóficas
y científicas, leer y criticar nuevas obras. Diderot, uno de los más grandes conversadores del siglo, estaba en
el centro de todas las discusiones (...) Los pensadores de la Ilustración
radical querían cambiar la manera general de pensar, y a tal fin estaban
obligados a intervenir en el debate público, cosa que hicieron, indirectamente
en la Encyclopédie de Diderot, un
caballo de Troya en veintiocho volúmenes cargados de ideas subversivas",
escribe Blom en la introducción de su ensayo.
Como en toda reunión que se precie, no siempre reinó la avenencia...
En aquel ambiente, en el que se hablaba de filosofía, ciencia, historia,
literatura y arte (y, en ocasiones, de política), se produjeron también algunas
discusiones un tanto exasperadas. Rousseau,
con su agrio carácter, sus paranoias e injustificados celos —sobre todo, hacia
el carismático Diderot— era el más
proclive a pelear con todo el mundo. Siempre creyó que los demás conspiraban
contra él, algo propio de quien se cree el centro del mundo. Terminó por romper
con el grupo. La Mettrie, por su
parte, fue bastante radical en sus ideas materialistas, como se encargó de
demostrar en su ensayo Historia natural
del alma (1745). Consideraba que nos gobernaban únicamente las leyes naturales. La mayoría de filósofos eran deístas, pero según él, no hay Dios, ni
alma, ni vida después de la muerte, ni nada que se salga de lo estrictamente
biológico. Nuestra existencia se fundamenta en una lucha por la supervivencia,
adujo. "No nos perdamos en el
infinito, no estamos hechos para tener ni la más mínima idea de él; nos es absolutamente
imposible regresar al origen de las cosas (...) ¡Es una locura torturarse tanto
por algo que sabemos que es imposible, y que ni siquiera nos haría felices
aunque pudiéramos adentrarnos en ello hasta el fin!", manifestó. Voltaire, que era bastante
anticlerical, combatió sin embargo las ideas ateas, defendiendo la utilidad de la
idea de Dios para conducir al pueblo, algo que producía crispación entre los filósofos
ateos.
Pero al margen de sus diferencias, les unía un proyecto común: luchar
contra la funesta fe religiosa —que tanto ha alimentado el miedo y la
superstición a lo largo de la historia—, avivar la llama del conocimiento científico
y apoyar a toda costa el ambicioso proyecto liderado por Diderot y el
matemático Jean Baptiste d'Alembert:
La Encyclopédie. "El proyecto de la Encyclopédie estaba destinado a ser un ariete que sacudiría los cimientos de la
época. Diderot todavía no podía saber que le ocuparía la mayor parte de su vida
activa, más de un cuarto de siglo, y que terminaría abarcando diecisiete
volúmenes con un total de dieciocho mil páginas y más de veinte millones de
palabras, y once volúmenes con unos mil novecientos espléndidos y detallados
grabados, pero ya era consciente de que se trataba de una idea ambiciosa que
podía decidir su destino literario", explica Blom. En aquella especie
de "Wikipedia" del siglo XVIII —con sus 71.818 artículos distribuidos en 18.000 páginas—
se compiló todo el conocimiento de la época, gracias a la participación de
tantos ilustres pensadores. D'Holbach, poseedor de una extraordinaria biblioteca
científica, contribuyó con más de tres mil artículos. Gracias a su fortuna,
también apoyó económicamente semejante empresa. Su generosidad se vio asimismo reflejada en las reuniones que organizó en su propia mansión, donde el menú era
siempre muy exquisito. Todos los asistentes se marchaban satisfechos, tras
horas de tertulia y de buen yantar. Las mentes más brillantes de París
asistieron al salón de D'Holbach. Los científicos presentaban allí mismo sus investigaciones
y descubrimientos. Los filósofos, por su parte, leían sus artículos. Posteriormente,
se abría un debate. Las ideas que allí brotaron se proyectaron a toda Europa. También
participaron mujeres como Sophie Volland
y Louise d'Épinay. "Si a mediados de la década de 1760
existió algo que pudiera llamarse feminismo, los amigos de la rue Royale
estuvieron entre sus máximos exponentes", subraya Blom. Y es cierto. D'Holbach,
de hecho, consideró que las diferencias de logros entre hombres y mujeres eran por
culpa de una educación deficiente y represiva. Diderot dedicó un
ensayo sobre la cuestión titulado Sobre las mujeres
(1772), donde expuso las desigualdades entre ambos sexos e intentaba ofrecer
soluciones. "He visto a mujeres
honestas estremecerse de horror cuando se les acercaba el marido; las he visto
meterse en la bañera sin creerse nunca lo bastante limpias de la suciedad del
deber [conyugal]", escribió.
Sí, aquellos filósofos ilustrados fueron los primeros que lucharon por la
igualdad entre hombres y mujeres, culpando a la Iglesia de la represión sufrida
por el sexo femenino durante siglos, al promover el patriarcado e inyectar en
ellas un enfermizo sentimiento de culpa.
En definitiva, Blom nos ofrece en Gente
peligrosa datos sumamente esclarecedores sobre las biografías y
convicciones intelectuales de estos grandes hombres que navegaron contracorriente
y que marcaron una época de esplendor. Ya nada fue como antes, gracias a la
enorme aportación de este grupo de filósofos que erradicó el oscuro régimen
anterior, para implantar una moral sustentada en el respeto al prójimo, alejada
de dogmas religiosos y tiranías eclesiásticas, solo con el conocimiento científico
y la reflexión filosófica como estandarte. La teología, había quedado reducida casi
a escombros. "Hacer el bien, conocer
la verdad, eso es lo que distingue a un hombre del siguiente. El resto es nada.
La vida dura tan poco, sus necesidades reales son tan escasas, y una vez que
uno se va, importa muy poco si fue alguien o nadie. Al final, lo único que
necesitamos es un retal sucio y cuatro tablas de madera de pino",
aseveró Diderot.
Así fue cómo estos audaces sabios, entre los que también se
encontraban Hume, Helvétius, Buffon, etc., fundaron una nueva moral basada en valores naturales.
La castrante y opresora moral religiosa había sido desenmascarada. El Sapere aude! triunfó tras una ardua batalla.
Se podía vivir una vida virtuosa sin necesidad de Dios. Era lo que reclamaban aquellos
representantes de la élite intelectual del siglo XVIII —"gente peligrosa"
para el establishment religioso—. "Las leyes naturales son la única
autoridad a la que tenemos que someternos; las respuestas a todos nuestros
males radican en comprender y obedecer las leyes del universo físico, no en
crear 'quimeras de la imaginación'", sostuvo D'Holbach.
Si desea saber qué ocurrió exactamente
en aquel Siglo de las Luces, cuya influencia ha sido crucial en el desarrollo
de la ciencia y su papel en la sociedad contemporánea, no deje de leer Gente peligrosa. Podrá usted estar en
desacuerdo con el radicalismo de ciertas ideas materialistas propugnadas por
los filósofos ilustrados —cierto es que la historiografía dominante, influida
por el idealismo cristiano, se ha encargado de desvirtuarlas y de
estigmatizarlas—, pero no podrá negar que contribuyeron extraordinariamente a
la difusión del saber, a la consolidación de las libertades, a la deconstrucción
de la religión y a la reivindicación del hedonismo social. Ellos enseñaron a
pensar libremente para vivir libremente. D'Holbach lo resumió así: "Aprended el arte de vivir feliz".
(Por Moisés)
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