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lunes, 24 de noviembre de 2025

TÁURIDAS: ¿RIESGO DE IMPACTO ENTRE 2032 y 2036?

Las Táuridas nos visitan cada año

Mientras muchos siguen con curiosidad la trayectoria del cometa interestelar 3I/Atlas, para la gran mayoría ha pasado casi desapercibido el paso de unos visitantes asiduos a nuestro planeta que, en el futuro, podrían llegar a preocuparnos: las Táuridas, esos meteoros visibles cada año en noviembre, son el asunto central de un nuevo estudio científico. La investigación expone una posibilidad inquietante: la corriente meteórica de las Táuridas podría concentrar fragmentos capaces de causar explosiones aéreas como las de Tunguska y Cheliábinsk. 

Y es que este estudio, publicado en Planetary and Space Science y liderado por investigadores de Estados Unidos, Canadá y Europa, entre los que se encuentran Mark Boslough y Peter G. Brown, explica cómo la lluvia de meteoros de las Táuridas, podría estar acumulando una serie de fragmentos rocosos y metálicos, incrementando el riesgo de impacto contra nuestro planeta en los años 2032 y 2036. 

El artículo, titulado Increased impactrisk from Taurid resonant swarm encounters in 2032 and 2036, plantea que los impactos de asteroides de tamaño medio podrían no ser completamente aleatorios, sino mostrar patrones periódicos ligados a la órbita del enjambre resonante de las Táuridas. Hasta ahora, la mayoría de los modelos de defensa planetaria asumen que los impactos de meteoritos son eventos aleatorios e impredecibles. Sin embargo, estos científicos argumentan que la llamada Corriente Resonante de las Táuridas (Taurid Resonant Swarm, TRS) podría modificar esa visión. “Si este enjambre realmente existe —señalan los autores—, entonces el riesgo de impacto no es constante, sino que aumenta periódicamente cuando la Tierra cruza los nodos de la corriente”. Esos cruces volverían a producirse en noviembre de 2032 y junio de 2036, momentos en los que el planeta podría experimentar un incremento temporal en la probabilidad de colisiones con objetos de decenas de metros de diámetro. 

El estudio conecta esta hipótesis con algunos de los episodios más llamativos de la historia reciente. En 1908, una explosión sobre la taiga siberiana arrasó más de 2.000 km² de bosque cerca del río Tunguska. No dejó cráter visible, pero liberó una energía equivalente a entre 5 y 15 megatones de TNT, similar a la de una bomba termonuclear pequeña. En 2013, un bólido sobre Cheliábinsk (Rusia) causó más de un millar de heridos por la onda expansiva. 

Ambos fenómenos, según los investigadores, podrían estar vinculados indirectamente con fragmentos del cometa 2P/Encke, origen de la corriente de las Táuridas, o con la parte diurna del mismo flujo, las Beta Táuridas. La idea de un ‘catastrofismo coherente’ —episodios de impactos no aleatorios que se repiten con cierta periodicidad— no es nueva. En los años 80, los astrónomos Victor Clube y Bill Napier ya propusieron que fragmentos de cometas en desintegración podrían provocar lluvias de impactos periódicos sobre la Tierra. 

Este artículo invita a estudiar esta posibilidad de forma empírica, es decir, si existe un enjambre de fragmentos en la corriente de las Táuridas, podría comprobarse mediante observaciones sistemáticas. 

Los autores recomiendan realizar campañas de observación específicas durante los próximos pasos cercanos del enjambre, en 2026 y 2029. Telescopios como el Canadá–Francia–Hawái o el Zwicky Transient Facility ya han intentado detectar objetos asociados en cruces anteriores, aunque sin resultados concluyentes. 

Aun así, esas búsquedas han permitido establecer límites al número de cuerpos grandes en el enjambre, sugiriendo que podrían existir cientos o miles de fragmentos menores de 100 metros de diámetro. Demasiado pequeños para detectarse fácilmente, pero lo bastante grandes para causar daños locales significativos si impactaran en la Tierra. 

Los científicos proponen incluir también instrumentos infrarrojos y misiones espaciales, como el NEO Surveyor de la NASA, capaces de detectar objetos oscuros y de bajo albedo que escapan a la observación óptica tradicional. 

Si bien no se habla de impactos inminentes, ya que la mayoría de estos fragmentos se desintegrarían en la atmósfera, provocando explosiones aéreas comparables a la de Cheliábinsk, desde la defensa planetaria se debería considerar que el riesgo puede variar con el tiempo, dependiendo de la posición de la Tierra respecto a corrientes meteóricas densas. Para estos investigadores, el riesgo coherente puede no ser insignificante, pero negarlo sin observarlo, sería un error tan grande como exagerarlo. 

Mientras tanto, los astrónomos seguirán mirando hacia las Táuridas, preguntándose si entre sus destellos se esconde la próxima advertencia del cielo. 

(Por Claudia)

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