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jueves, 4 de junio de 2020

EN RECUERDO A JOAQUÍN MATEOS (E.P.D.) (Por Manuel Filpo)

IGNACIO DARNAUDE, JOAQUÍN MATEOS Y MANUEL FILPO (Sevilla, 05-02-09)

Ayer, 2 de junio, nos dejó Joaquín Mateos. Al mediodía tuvo un fuerte dolor de cabeza y pronto entró en un sopor. Llevado al hospital, a las cuatro de la tarde falleció. Muerte envidiable, parecida a la de Ignacio Darnaude. Me costará superar la pérdida de ambos por la comunicación constante durante casi cincuenta años. Otro ufólogo ‘histórico’ deja huérfana a la ufología andaluza, a sus noventa y un años. Su apasionado entusiasmo lo mantuvo hasta el final, necesitado de frenarlo para ponderar y discernir la mezcolanza reinante. Ahora, la bandera de Ummo ondeará a media asta en su taller, junto a sus focos y artilugios usados en los campos próximos para atraer a esos visitantes ‘reales pero reacios a dar la cara’ frase repetitiva en sus últimos años.

Su vida tuvo los capítulos de una novela. En repetidas ocasiones me contó sus alegrías y tristezas, siendo los visitantes del Cosmos un motivo de ilusión, tal vez, evasiva. Quedó huérfano y desempeñó, al ser el primogénito, el papel de padre. Tuvo un hermano con deficiencias psíquicas, siendo habitual sus visitas al sanatorio. Le cogió de lleno las secuelas de la guerra civil y, sin duda, marcó su personalidad. Su dinamismo, después de trabajar en un taller de fragua, lo llevó a estudiar radio por correspondencia y, posteriormente, televisión. Fue intuitivo, autodidacta, perseverante en el trabajo, excelente padre de familia y esposo de Isabel, mujer muy comprensiva por la rara afición de tener a un marido ufólogo.

Tuve ocasión de conocerlo cuando reparaba un televisor en un bar llamado 'La Cueva'. Muy versado por llevar desde el año 1954 tras el fenómeno, tenía fama de extravagante, aun reconocida su capacidad y oficio. Su talante, impasible ante las críticas, lo impulsaba a investigar los muchos avistamientos —unos cien catalogados— de la zona. Con el paso del tiempo sus vecinos reconocieron su cordura. Pepe Ortiz, su gran amigo, corresponsal del Correo, informaba en aquellos tiempos pioneros de cuanto suceso insólito se producía en el bautizado por él 'triángulo magnético'.

Leíamos con avidez una magnífica revista titulada Stendek. Los testigos, desde los locuaces hasta los reacios, de profesiones, estados y culturas, nos comunicaban sus raras experiencias. La larga etapa me marcó porque aquellas personas, traumatizadas algunas y huidizas la mayoría, no tenían motivos para mentir. Temían la publicidad y algunos sólo narraron sus experiencias con la promesa de mantener el anonimato.

De la mano de ambos, Joaquín desde el propio terreno e Ignacio Darnaude tras las conjeturas propias de los filósofos, crecí en la dualidad, compaginando dosis de esoterismo con filosofía, religión, astronomía, sociología, física... Ellos me ayudaron a levantar la mirada a los cielos, estímulo para activar la imaginación e, inevitablemente, llegaron preguntas infrecuentes.  

Gerena se convirtió en “lugar de peregrinación” de visionarios, personas sensatas, creyentes acérrimos, curiosos… consiguiendo una rica experiencia sociológica. Asistimos a congresos y nos relacionamos con investigadores y escritores conocidos. Sería muy extenso relatar algunas de las muchas anécdotas en aquellas madrugadas de observación y esperanza, cargados de rudimentarios aparatos: cámaras con carretes de infrarrojos o artilugios luminosos para hacerles señales. Construimos algunos detectores magnéticos y de presencia, linternas polarizadas… Hoy, aquella inocencia, sustentada en el deseo, mueve a una sonrisa poética…

En sus inicios Joaquín conoció a Manuel Osuna, maestro nacional de Umbrete, pionero en Andalucía, colaborando en sus investigaciones. Como docente, don Manuel no pudo evitar considerarlo como discípulo y, en busca de la perfección, lo abrumaba con mandatos y correcciones. En definitiva: la relación terminó en pacífica insubordinación. Eran dos caracteres diferentes porque mientras don Manuel practicaba el barroquismo literario y oral, el gerenense buscaba lo práctico y concreto.

La curiosidad me introdujo en ese grupo de personas cuyo pasatiempo favorito consistía en preguntarse los muchos interrogantes, más allá de otras cuitas terrenales. La modesta Tierra, vivienda situada en un barrio marginal de una de las millones de galaxias alocadas, sobrecogidas y obedientes a una veloz expansión comenzó a resultarnos algo insignificante. Y, con la aceptación de lo inevitable, acepté la famosa frase de Einstein: «Tú mismo debes ser tu único modelo, aunque resulte espantoso».

Ignacio, Joaquín Mateos y yo nos citamos en un bar de la Avda. Reina Mercedes sobre los primeros años de la década de los ochenta. Tenía mucho interés en conocer a Darnaude y Joaquín me lo presentó. «Ignacio le pregunté ¿y eso de Ummo?». Con su porte de caballero inglés de fuerte vocalización, catedrático de una asignatura imposible de aprobar, contestó. «Una cosa es la Ufología y otra Ummo con sus cartas. Los humanos, por muy cualificados no pueden elaborar tantos informes de tan alto nivel y, lo más sorprendente: sobre materias muy diversas y con un inconfundible estilo literario. No pueden ser de aquí. Alguien escribió el millar largo de páginas. Todo lo demás constituye una de las más inteligentes filigranas de incertidumbre tejidas en el escenario de la historia humana».

Mis archivadores aumentaban con los artículos, noticias y observaciones, tarea realizada en solitario, sin poder compartirla por carecer de personas afines. Pero al casarme con una mujer nacida en la cercana Gerena me enteré de un famoso técnico de televisión, Joaquín Mateos Nogales, perseguidor desde el año 1954 de los ovnis. En cuanto tuve ocasión le manifesté mi interés y ambos congeniamos, también por la electrónica, otra afición común. Tenía fama de extravagante, como todo profeta en su tierra, solo amortiguadas las rarezas por su reconocida capacidad profesional. Su talante, indomable ante el desaliento e impasible ante las críticas, lo impulsaba a investigar cualquier indicio. Muchas veces pensé quien iba al encuentro del otro: si Joaquín a por los avistamientos o los ovnis en busca de él. Conservó un don especial hasta su fallecimiento para intimar rápidamente y desbloquear recelos.

Reparaba los televisores llegados de los pueblos limítrofes, ocasión para preguntarles a los clientes si tenían noticias, aunque muchos anticipaban novedades para informarle de algún caso local o conocido. La zona abarcaba principalmente Aznalcóllar, Olivares, El Castillo de la Guardas y El Garrobo llamándola en algún medio  el “pentágono magnético”. Unas irrepetibles tertulias surgían en su taller teniendo como testigos a televisores, aparatos de medida, soldadores, una gran caja con el rótulo ‘Telescope’, algún trípode sosteniendo un foco, una elegante bandera con el signo de Ummo, una batería siempre cargada para alimentar los aparatos usados en el campo… La electrónica nos sirvió para construir algunos “inventos”. Acoplé al motor de un coche de mi hijo un gran disco con una serie de ventanas redondas tapadas por cristales coloreados. Debajo, un par de lámparas alógenas proyectaban al cielo multicolores luces. Lo usamos en ocasiones, hasta la llegada de la Guardia Civil, tranquilizada al conocer a Joaquín y explicarle el ‘experimento’. ¡Cuánto me hubiese agradado escuchar los comentarios de los guardias de regreso a su cuartel! Sin embargo, algunos de sus miembros le comentaron a Joaquín experiencias al respecto.

Muchos vecinos repito— reconocieron con el paso del tiempo su “razonable locura”: acontecían demasiados testimonios para admitir una epidemia demencial. Alguna vez, cuando yo le preguntaba a Ignacio Darnaude la causa de su monacato decía con su habitual sentido del humor: «¿Lograría alguna confidencia un tío tan feo como yo? Espantaría al personal. ¡Joaquín es el mejor: entrante, persuasivo…!».

A bordo de su inconfundible furgoneta de color marrón oscuro, con mucha voluntad y tal vez poco rigor encuestador visitamos a los habitantes de cortijos y viviendas, componiendo casos, comprobándolos después, estudiando las personalidades: ya dicharacheras, reservadas, o temerosas… Mantuvimos la tensión y yo, instalado en mi habitual escepticismo, contrarrestaba el entusiasmo de Joaquín en pro de la objetividad, tan necesaria para evitar desbarros. Resultó una época llena de actividad, como surfistas en la cresta de una gigantesca ola.

Curiosamente, y a lo largo de cuarenta años, formamos parte de un anárquico trío, en estrecho contacto con Ignacio, el intelectual, bisturí en mano para diseccionar, traducir y enviar los casos a revistas de empaque. Con una constancia paternal nos mandaba voluminosos sobres por correo sobre las últimas noticias captadas en revistas inglesas, francesas o norteamericanas; también de su producción propia sobre teorías y planteamientos, cuerpo doctrinal para envidia de muchos. 

Fabricamos aparatos más sofisticados, como detectores de presencia y magnetómetros, sin resultados. Con simpática resignación aceptamos ser unos “cazadores de ovnis” fracasados, lamentándolo a veces: «Poco sentido de la justicia tienen nuestros “amigos”, por tantos esfuerzos …». Porque nuestra lógica, poco parecido debe tener con la exhibida por la gran familia extraterrestre. ¿Quiénes son? ¿algún parentesco? ¿pretensiones? ¿acaso un enrevesado sentido del humor les conduce a ofrecer tan disparatado espectáculo? En mutuos consuelos poníamos como parangón el caso de una hormiga, ajena a nuestra tercera dimensión. De encontrarnos nosotros como hormigas y ellos ubicarse en otras latitudes, ¿cabría algún entendimiento?

Joaquín trabajaba más de diez horas con un ligero respiro los domingos. Su taller tenía centenares de objetos, decenas de cajas, cables, herramientas, libros de consultas… Sus “papeles ufológicos”, guardados en carpetas, constaban de escuetos datos. Pero su prodigiosa memoria aportaba hasta los más insignificantes detalles para mi asombro y sana envidia. Sin embargo, como solo él entendía sus notas, llevaba algún tiempo diciéndole: «Debemos encontrar unos ratos para ordenar y recomponer tan copioso material: sería un infortunio la imposibilidad de leerlo algún día». Por fin conseguimos reunirnos y elaborar un catálogo escueto, desprovisto de cualquier dato marginal o anecdótico, para recoger lo fundamental. No obstante, sigue resultándome sorprendente su capacidad oral para describir escenas, comentarios, nombres, fechas y detalles de cada caso, compartiendo sus sentimientos, viviendo la ilusión de su vida.

Poseía un vocabulario cuidadoso al evitar cualquier palabra mal sonante. Al ser un gran lector de periódicos estaba informado de las noticias nacionales e internacionales. Cuando nos veíamos los fines de semana solía tenerme seleccionados artículos de opinión, incluidas editoriales. Joaquín era un caso paradigmático de un talento desaprovechado porque de haber tenido posibilidades hubiese llegado, seguro, a tener alguna ingeniería.

Entre las anécdotas recuerdo una noche sin Luna en la que, paseando por un sendero, unas rítmicas pisadas parecían llegar con rapidez. De inmediato inicié una carrera hacia los coches, seguido del resto de acompañantes. Entre jadeos, sorprendidos, me decían: «¿Acaso escuchaste algo?». A duras penas, con esa risita nerviosa indefinible les interrogaba: «Claro, escuché unas pisadas y, entonces, ¿vosotros no?». Pues solo yo las escuché y el resto, sin saber la causa, me siguió en una insensata carrera. Ante el ridículo suceso reconocimos una imprescindible fortaleza de ánimo para aguantar un deseado encuentro con seres diferentes, de intenciones imprevisibles, quizá procedentes de otros mundos. ¿Tanta mentalización y deseos para huir despavoridos?

Aquel reportaje del periodista Benigno González en las primeras páginas del ABC de Sevilla en 1968 me dejó perplejo. Resultaba fuera de toda normativa y discreción en un sacerdote, don Enrique López Guerrero, doctor en filosofía con laureada latina, en plena vigencia de un Concordato con el régimen de Franco, afirmar las visitas de una civilización procedente de UMMO desde hace años, dispusiese de naves con una tecnología revolucionaria y mandase cartas dirigidas a concretas personas, también a él, donde aclaraba aspectos íntimos de su planeta. Tal vez recibiese alguna advertencia del Palacio Arzobispal referente a la lógica discreción curial. La teología ya aceptaba la posibilidad, aun por simple estadística, aunque a la mayoría de las iglesias no les agradase demasiado eso de navegar en un río con demasiados marineros.  

Su invariable porte con clergyman, sombrero negro y maleta de documentos a juego, irradiaba la elegancia de un diplomático vaticano. Peregrinamos a la casa contigua de su parroquia de Mairena del Alcor un grupo de amigos con la ilusión de intercambiar opiniones en los temas de nuestros anhelos. Aunque debo rectificar: quien acaparó la palabra fue él, parsimoniosamente, ajeno al paso de las horas. El auditorio comenzó a sentir el hambre y los ummitas quedaron aparcados para una segunda o tercera fase. Charló sobre lo divino, lo humano y casi nada sobre el principal objetivo de nuestra visita: leer o saber el contenido de las epístolas. Ante la imposibilidad del diálogo, dado el monumental monólogo, nos dedicamos a observarlo, deduciendo poseer una singular personalidad. Celosamente guardaba el secreto.

Joaquín Mateos estaba hambriento y devoró una perdiz cuando, ¡por fin!, pudimos llegar a un restaurante, verdadero oasis en medio de un desierto monólogo. No sé si otros, más perseverantes, lo intentaron con posterioridad y, como prevenidos dromedarios, fueron con los estómagos bien pertrechados. Pero Joaquín y yo nos juramentamos no intentarlo más. 

Un lejano día llegaron a Gerena un grupo de jóvenes interesados por la fama de Joaquín y, después de una larga tertulia en su casa, marchamos al campo para una experiencia psíquica. Nos sentamos en círculo y permanecimos con un pensamiento común: visualizar un fenómeno paranormal. Al cabo de un rato oímos un clic metálico del tubo de escape de un coche aparcado a escasa distancia. De inmediato, uno de los muchachos dijo: «¿Habéis oído? ¡Ya están aquí, es una señal…!». Con la benevolencia requerida le convencimos para admitir el ruido cuando los metales se enfrían, más en los tubos de escape de los coches. Es la vehemencia, ilusión o pura sugestión causante de muchas conclusiones falsas. 

Pasamos ratos inolvidables en el casino de Olivares en animadas charlas con un grupo de amigos de la localidad, excelentes personas y grandes aficionados. Observábamos en los depósitos de agua de dicha localidad, magnífica atalaya para ver Sevilla y el cielo circundante. Una noche divisamos con los prismáticos un avión de pasajeros y una luz directa hacia él. El piloto le hacía repetidas señales con los focos de aterrizaje. Cuando la colisión parecía inevitable se apagó y el reactor siguió su trayectoria. Quedamos sin palabras.

El recordado locutor Alfonso Contreras, hacia finales de 1976, en su programa No estamos solos señaló a un bar sevillano, regentado por un muchacho de nombre Antonio, poseedor de cuatro falanges en el dedo meñique. Al ser una característica de origen extraterrestre, el sagaz Antonio aglutinó unas grandes expectativas. 

El pasado verano, gracias al dinamismo de Moisés Garrido, nos dimos cita en Gerena un numeroso grupo de ufólogos entre los que se encontraban Darnaude (E.P.D.), Mateos, Moisés, José Luis Hermida, José Ortiz (E.P.D), Rafael Llamas, Ángel Rivero, Rafael Cabello, José Antonio Barrera, más otros, algunos muy jóvenes. Pasamos una horas nocturnas de agradable tertulia, unos al final de la vida y otros comenzando, pero todos a cuestas con un afán: conseguir desentrañar el misterio de los ovnis. Pepe Ortiz no podrá acompañarnos más. El destino lo arrebató en un carro alado y lo llevó al lugar desde donde la clarividencia entona sonrisas de comprensión ante las desazones terrenales. Desde allí nos mirará complacido al vernos imitar sus anhelos. El haberlo conocido tarde no empaña su personalidad, trotamundos de emisoras junto a su inseparable José Luis Hermida. Borbotes de recuerdos y añoranzas.

Otros amigos de especial relieve para los tres fueron José Luis Hermida y Moisés Garrido, situados en grados muy avanzados de conocimientos ufológicos. Las tomas se cambiaron y comenzamos a aprender de una juventud, relevo de unos seniles aficionados con ideas, digamos, algo trasnochadas. 

A finales de los años 70 se hicieron famosas las “alertas OVNI” organizadas por Antonio José Alés, irrazonables, condenadas a un espectacular fracaso, pero aglutinaron y sirvieron para la mentalización de algunos y cambiaran impresiones bajo la bóveda celestial. Y, claro queda, para mantener Alés el programa. Las Cañadas del Teide y El Garraf en Barcelona fueron escenarios fallidos donde ávidas multitudes confiaron en ver ovnis a granel.  Mi admirado periodista Gómez Marín acertaba: «El hombre consume mito como consume oxígeno es un animal mítico, decía Emst Cassirer, y no me cansaré de repetir, alimenta la grisura de su cotidianeidad con el flamboyán abrasador de la maravilla».

Aquellos sentimientos experimentados en mi juventud y descritos como de ‘locura social’ fueron rubricados, y de aquí para allá comenzamos a conocer testigos con sus insólitos testimonios. «Joaquín, a este ritmo se nos presenta un objeto en el patio de nuestra casa y nos piden una invitación para cenar…». No sé, y puesto a elucubrar, tal vez la irradiación de unos potentes deseos en la flor de la juventud fueron recogidos por algunas entidades semejantes a seres espirituales bíblicos o esbirros del propio Satanás ¡vayamos a saber! Pero responde a los cánones clásicos, longeva trayectoria del bien y del mal.

Se nos acabaron aquellos mediodías en la antigua Cantina ante unas jarritas de cervezas, tiempos diferentes de juventudes inquietas. Sin embargo, su taller, salpicado de antiguas herramientas y otras reliquias lugar de tantas confidencias ufológicas no perdió actividad. Hasta el final de su vida usó el internet y albergó la presencia de amigos para debatir inquietudes, tanto sociales como políticas. Unos de sus fieles, José Antonio Panduro, sufrirá durante algún tiempo la marcha de Joaquín, lúcido hasta el final, apasionado en otras realidades más allá de esta donde la materia esconde el bullir de átomos en equilibrios. Ahora, alguna sonrisa le brotará al vernos atareados en los vaivenes mundanos.   

(Por Manuel Filpo, Sevilla, 03-06-20)

3 comentarios:

  1. Un buen hombre, amigo de sus amigos y una Ufología que cada día se queda más huérfana de "Esos locos de los platillos volantes" Descanse en PAZ y seguro que ELLOS también echarán de menos ese que desde el Aljarafe le hacía señales.

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  2. Todavía no puedo creer que Joaquín se haya ido, bueno, él no se ha ido se lo han llevado, era tan imprescindible que lo tienen en otra dimensión, y allí nos esta esperando. Siempre cuando se me va alguien cercano me llevo un tiempo, bastante largo para superarlo.

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  3. Sigo sin comprender como Joaquín se ha ido sin haber dejado alguna señal, él tan meticuloso y cumplidor, no me hago a la idea de no poder comunicarme. Bueno quizás tendré que esperar un tiempo a que pueda hacerlo.
    El domingo 31 de mayo del año 2.020, sobre las 12 del medio día estuvimos charlando de nuestras cosas. De entrada me dijo, José Antonio la cosa está muy mal, el cambio climático, los virus, las guerras. Yo le decía Joaquín eres muy pesimista, nosotros no podemos hacer nada con la edad que tenemos, tranquilo que siempre habrá quien que se preocupe por estos temas, luego con esa sonrisa suya me decía; llevas razón y cambiábamos, a lo de siempre. El espacio infinito, las galaxias, las distancias entre los diferentes planetas del sistema solar,y lo soltaba. José Antonio, hay millones de planetas parecidos a la tierra que pueden tener vida, de echo hace mucho tiempo que seres de otros mundos están entre nosotros, lo decía con toda seguridad, por que de estas cosas estaba segurísimo, si yo continuaba con mi negativa me contestaba, bueno dejemos lo en cuarentena, que hay personas muy importantes que han visto cosas y todos no van a mentir.

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