Javier Sierra (Teruel, 1971) suele conducirnos a través de sus obras por senderos
inescrutables... No hay enigma que se le resista, que no esté a su alcance para
ser examinado a fondo gracias a su pericia. Es un buscador nato. Sabe rastrear en
lugares recónditos del mundo, en milenarios legajos, en templos y museos, logrando rescatar
historias fantásticas y olvidadas. Y, además, es un fabuloso comunicador. Ambas
cualidades se vislumbran en cada uno de sus artículos, ensayos y novelas. Reconozco que no soy un avezado lector de novelas (me atraen los ensayos), pero las de Sierra no se me resisten, sino que, por el
contrario, las devoro con avidez. Y es que, con las novelas de este viejo amigo —nos
conocemos desde hace casi 30 años gracias a nuestra temprana pasión por los OVNIs—, aprendo
mucho (sobre todo, me hace percibir la realidad con otros ojos). Hay en ellas
datos históricos y científicos, conocimientos esotéricos y místicos, herejías y
enigmas a raudales... y todo ello, entretejido en trepidantes tramas, aventuras
y viajes que parecen más bien pruebas iniciáticas a las que han de enfrentarse
sus protagonistas. La cena secreta, El ángel perdido, La pirámide inmortal y El maestro
del Prado son buena prueba de ello. La honestidad con que se expresa en sus
libros es también una de las virtudes que más resalto en el escritor turolense.
Se aprecia la autenticidad y la pasión depositadas en todas sus creaciones literarias,
concienzudas hasta la saciedad. Esa impronta personal contagia al buen lector,
que valora —y agradece— tener en sus manos un libro especial, cuyas palabras
levantan el velo de lo arcano para que su mensaje nos llegue a lo
más profundo de nuestro ser: el inconsciente —individual y colectivo—, ese habitáculo oculto que nos
conecta con los arquetipos, las sincronicidades y lo paranormal, aspectos
que, y no es casualidad, están muy presentes en las obras de Sierra, alguien
que desde muy joven consagró su vida a buscar incesantemente respuestas a las
grandes preguntas filosóficas. Sí, yo diría que, en el fondo, la filosofía es la
alma mater que impregna sus obras.
Hace unos días, Claudia y un
servidor recibíamos un ejemplar de Una
noche con los Amantes de Teruel, su última piedra filosofal literaria. Nos lo envió el propio autor con una
bella dedicatoria incluida, lo cual le agradecemos enormemente. Este exquisito cuaderno de viajes —elaborado de forma
artesanal y con una tirada limitada de 3.000 ejemplares numerados—, es pequeño
en tamaño, pero grande en contenido. Y es que en sus páginas revolotean los dos
mayores misterios existentes: el Amor y la Muerte. Eros y Tanatos... A veces,
inseparables, como en la trágica historia protagonizada por Diego Marcilla e Isabel de Segura, los célebres amantes de Teruel. Sierra plantea la
importancia del karma y sugiere que todo
lo que nos sucede en la vida, ya sea bueno o malo, parece estar entrelazado y
responde a un propósito que, quizá, hemos elegido antes de nacer. Hay señales —las desconcertantes sincronicidades, por ejemplo— que así
parecen indicarlo. "Nosotros, quizá
para evitar ese laberinto, preferimos utilizar términos más suaves como hado o
destino", reconoce. La cuestión es que, dos décadas después de su ya
conocida incubatio en la Gran Pirámide
—tal y como hizo Napoleón en 1799—,
Sierra se embarcó durante la noche del 14 al 15 de mayo de 2015 en otra introspección
(o viaje interior) a solas, animado —o, mejor dicho, casi obligado— por el
alcalde de su Teruel natal. "...Y
después de pasar una noche en la Gran Pirámide, ¿no te atreverías a pasar otra
en el mausoleo de los Amantes?", espetó Manuel Blasco a su paisano. A Sierra no le quedó más remedio que
aceptar el desafío planteado durante la rueda de prensa celebrada con motivo de
la presentación de La pirámide inmortal en
la ciudad aragonesa, en octubre de 2014. "¿Qué
otra cosa podía hacer?", pensó. Al día
siguiente, los diarios locales anunciaron que el escritor admitía el reto. Ya no había vuelta atrás. Lo demás, lo describe detalladamente en su cuaderno y no vamos a desvelarlo, por supuesto. Sí decir que nos lo
leímos de un tirón. Su lectura atrapa, seduce, y nos hace sentir el infortunio
de aquellos dos jóvenes enamorados del siglo XIII que simbolizan el amor
imposible, separados por circunstancias ajenas a su voluntad —como en tantos
otros casos— y que solo se vuelven a unir "gracias" a la muerte. Lean
esta joya de 40 páginas para que sepan qué hizo y sobre qué meditó Sierra durante las
cuatro horas que estuvo pernoctando en el mausoleo donde se hallan las momias
de los amantes. Solo les anticipo que hay códigos numéricos, guiños, señales y
conjeturas que nos hacen entusiasmarnos conforme vamos avanzando en su
lectura. Y todo ello para saber, como el autor nos indicaba en la dedicatoria
que amablemente nos firmó, que "nada hay tan
eterno como el Amor verdadero. Y tan misterioso". Efectivamente, Javier,
damos fe de ello...
EL CUADERNO DE VIAJES DE JAVIER SIERRA
SUPLEMENTO ESPECIAL DEL DIARIO DE TERUEL (06-02-16)
(Por Moisés)
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