Es de celebrar que un gran filósofo como Emilio Lledó escriba sobre otro gran
filósofo como Epicuro. Y yo lo
celebro doblemente, porque me identifico totalmente con el epicureísmo. Hoy
quiero recomendar El epicureísmo, de
Emilio Lledó, obra publicada en 2003 por el sello editorial Taurus.
De la Antigüedad, no me interesan los
filósofos idealistas como Platón. Me
atraen más bien los "proscritos", los "herejes", los
"malditos". Nombres como Leucipo,
Demócrito, Aristipo, Antifón, Filodemo, Zenón, pero, sobre todo, Epicuro. Sí, esos que la historiografía
oficial, y no digamos la Iglesia, se han encargado de enterrar bajo veinte
toneladas de tierra. En las facultades de Filosofía solo se habla de los
filósofos idealistas. Los filósofos atomistas —o materialistas— están
olvidados. Rara vez se citan. No se profundiza nada en sus obras y no se
reflexiona con objetividad sobre lo que pensaban. Es indignante. ¡Han sido
borrados de la historia! Pero no voy a entrar a detallar la manipulación tan
atroz que se ha hecho con los atomistas griegos y la visión tan adulterada que
se tiene de ellos, especialmente de Epicuro, el más repudiado de todos. Voy a
centrarme en lo que Lledó destaca del epicureísmo, que es lo que verdaderamente
interesa. Ya de entrada, Lledó pone los puntos sobre las íes: "La filosofía de Epicuro intentó sentar
las bases desde las que pudiera vislumbrarse un paisaje, nuevamente humano,
para los ojos y un suelo más acogedor para el propio y maltratado cuerpo. La
filosofía de la corporeidad y del placer no fue, en ningún momento, esa grosera
versión ideológica que una buena parte de la tradición nos ha entregado".
Como bien señala Lledó, la lectura de Epicuro sigue siendo un saludable estímulo para la defensa de la vida, del gozo, de la serenidad y de la solidaridad. Viendo el panorama tan desolador que vivimos hoy día, en parte por culpa de los miserables políticos, las propuestas prácticas de la filosofía epicúrea son el mejor antídoto y la más valiosa arma para luchar contra las falacias ideológicas y la intoxicación desinformativa que nos rodean. El epicureísmo es el amor por la libertad en estado puro, lejos de toda ideología política, religiosa, etc. ¡Fuera mitos y falsas tradiciones que nos esclavizan mentalmente!
EPICURO |
Como bien señala Lledó, la lectura de Epicuro sigue siendo un saludable estímulo para la defensa de la vida, del gozo, de la serenidad y de la solidaridad. Viendo el panorama tan desolador que vivimos hoy día, en parte por culpa de los miserables políticos, las propuestas prácticas de la filosofía epicúrea son el mejor antídoto y la más valiosa arma para luchar contra las falacias ideológicas y la intoxicación desinformativa que nos rodean. El epicureísmo es el amor por la libertad en estado puro, lejos de toda ideología política, religiosa, etc. ¡Fuera mitos y falsas tradiciones que nos esclavizan mentalmente!
"El
sabio no hará política", dijo Epicuro. Y se marchó con los suyos a
la campiña para hacer de la filosofía un arte, un elixir, una razón para vivir
intensamente cada momento... Mientras que Platón prefirió inmiscuirse en los
conflictos políticos que asolaban la ciudad de Atenas. Epicuro, por el
contrario, consideró que el hombre tiene que huir de aquello que le perturba
para poder alcanzar la serenidad del alma (ataraxia). Y optó por establecer su Jardín, una pequeña escuela filosófica
al aire libre en la que podían participar mujeres y esclavos (eso no lo
permitía ni de lejos el elitista Platón en su más que rígida Academia).
¿Y por qué se opuso tan drásticamente a ese
pensamiento la tradición cristiana erradicando toda huella epicúrea? Porque la
Iglesia prometía la felicidad en el más allá, no en el más acá. Aquí se viene a
sufrir, a soportar los males con resignación, a despreciar el cuerpo, la
sexualidad y todo placer... ¡Todo lo bueno para los sentidos es pecado! Epicuro
proponía lo contrario: disfrutar de los placeres de la vida, pero sin excesos.
Su hedonismo era bastante moderado: ser feliz con las pequeñas cosas que nos
rodean. Disfrutar del amor, de los amigos, del conocimiento, del arte, de la
música... No era un hedonismo basado en la ambición material, como sería
adquirir poder, cosechar riquezas, anhelar la fama... Todo eso resulta
perturbador. Llevar una vida humilde, contemplativa, reflexiva y alejada de
todo miedo a los dioses y a la muerte es lo que nos conduce a la auténtica
felicidad (eudaimonía). Así de
sencillos fueron sus consejos morales. Sin ridículas elucubraciones metafísicas
ni esotéricas. "La tesis de Epicuro
resuena, por consiguiente, en un ámbito realista y desmitificador",
aclara Lledó.
Es un pensamiento sencillo, pero
revolucionario. En los escasos textos de Epicuro que se han conservado —tan
solo unas máximas y tres cartas—, observamos la importancia que el filósofo
daba a la liberación de la mente de todo aquello que la aprisiona y la
paraliza. El fin era lograr el bienestar del individuo. "Pero esto no tenía nada que ver con el supuesto materialismo
atribuido a Epicuro —explica Lledó—. En
primer lugar porque el materialismo no era un concepto negativo, sino la
aceptación de las verdaderas condiciones de posibilidad de los hombres. Nada
tenía sentido sin el cuerpo y, por lo tanto, su cuidado y defensa eran
perspectivas esenciales para construir desde ellas un pensamiento
humanista". Exacto. El sano materialismo epicúreo no tiene
absolutamente nada que ver con el execrable materialismo de nuestra actual
sociedad de consumo, habitada por sujetos depredadores y vacíos de valores
éticos.
Decía Epicuro: "El sabio ni rehúsa la vida ni teme el no vivir. Porque no le
abruma el vivir, ni considera que sea algún mal el no vivir".
Lean a Epicuro. Y lean este precioso libro
de Emilio Lledó.
(Por Moisés)
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