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jueves, 16 de abril de 2020

DOS RECOMENDABLES OBRAS QUE ABORDAN LA NEUROTEOLOGÍA

La espiritualidad y, por ende, las experiencias espirituales están íntimamente ligadas al ser humano desde la noche de los tiempos. El trance —que, en definitiva, no es más que un estado alterado de conciencia— ha sido un aspecto crucial en el origen de lo espiritual. El hombre conecta por esa vía con lo trascendente. Al menos, eso es lo que se ha creído siempre. Pero surge una pregunta: ¿existe un mundo espiritual o estamos ante experiencias generadas por el cerebro y que interpretamos desde una óptica religiosa? Si es fruto de la actividad cerebral, ¿qué tiene que decirnos la moderna neurobiología? En la actualidad, hay trabajos científicos muy reveladores en este sentido. Recomiendo consultar las aportaciones realizadas por neurólogos como Michael Persinger y Francisco J. Rubia sobre el papel que juega el lóbulo temporal en relación a las experiencias espirituales. De hecho, hoy ya se habla de neuroteología para referirse al estudio de lo espiritual desde una base neurológica.

Alguien que también se ha acercado a este fascinante problema científico es Ramón María Nogués, catedrático emérito de antropología biológica de la Universidad Autónoma de Barcelona, especialista en neurobiología evolutiva y, además, presbítero. Tiene dos libros extraordinarios: Dioses, creencias y neuronas (Fragmenta, 2011) y Cerebro y trascendencia (Fragmenta, 2013). Es un hombre creyente, pero también un hombre científico. Reconoce que el conocimiento humano es limitado y que es realmente imposible llegar a conocer todo lo existente. Ni siquiera —asegura— podemos llegar a tener un conocimiento completo de nosotros mismos. Al hablar de Dios, dice algo muy interesante: "La gente religiosa puede reclamar a la ciencia que no excluya a Dios, pero no le puede reclamar que lo admita. Simplemente, la ciencia no es competente en el tema de Dios, porque Dios está en el orden de la razonabilidad general pero no en el de la racionalidad restrictiva. Si un científico afirma o niega a Dios no lo hace desde la racionalidad restringida de la ciencia, sino desde su derecho a opinar sobre la razonabilidad general". Así pues, el neurólogo puede explicar qué mecanismos cerebrales se ponen en marcha durante una experiencia espiritual o mística, pero no por ello deducir que Dios no existe; del mismo modo que tampoco puede deducir lo contrario. Un neurólogo es creyente o ateo independientemente de su labor científica. La existencia de Dios es, pues, un asunto que está totalmente al margen de la ciencia. Como bien señala a este respecto el doctor Rubia, "la neurociencia no busca a Dios en sus estudios sobre este tema, sino las fuentes de la espiritualidad en el cerebro".

Lo que está claro para Ramón María Nogués es que la religión —cuya aparición podemos situarla en el paleolítico superior— ha sido un elemento clave en la evolución humana, llegando a ser esencial en la supervivencia de nuestra singular especie y como fuerza de cohesión grupal. "Los análisis del hecho religioso que hace no muchos decenios tendían a considerar la aparición de la religión como un signo de compensación derivado de la debilidad de un mundo arcaico, hoy se orientan más hacia la consideración de la religión como un hecho concomitante del proceso de hominización, y en muchos casos como uno de los elementos de cohesión del mencionado proceso. Es el resultado de interpretar este hecho religioso como una adaptación positiva seleccionada por el proceso evolutivo darwinista", aduce.             

He de destacar lo que comenta respecto a las investigaciones sobre las bases neurogenéticas de la espiritualidad. Y cita para ello al genetista Dean Hamer, autor de un ensayo titulado The God gene (2004). "Hamer cree que puede identificar un grupo de genes codificadores de las monoaminas, que son neurotransmisores (como la serotonina y la dopamina), relacionables con la espiritualidad, tal como él lo acota. Seleccionó nueve genes de entre todos los que estudió, y específicamente las variantes del gen VMAT2 (…) Los genes que predisponen a las actitudes espirituales desempeñarían en la selección natural el papel de dotar a los humanos de un sentido innato de aceptación positiva de la realidad", explica.   

Asimismo, reconoce que el lóbulo temporal merece mucha atención en estudios de estados mentales singulares vinculados con la religión, "y referidas a estados de conciencia alterados como los que se dan en situaciones religiosas intensas". Añade que todo ello se completaría con los estados emocionales dependientes del sistema límbico, y concretamente de la amígdala y del hipocampo, muy relacionados con la memoria.

Nogués resalta que la epilepsia también ha llamado la atención de ciertos neurólogos que estudian el fenómeno religioso, ya que "algunos fenómenos epilépticos, especialmente los relacionados con el lóbulo temporal, dan lugar —en los individuos que los sufren— a síntomas diversos, entre los cuales no es infrecuente la hiperreligiosidad, experiencias místicas, conversiones repentinas o sentimientos de hallarse a expensas del destino". Curiosamente, la epilepsia provoca intensos estados creativos (fenómeno conocido como hiperia y que podría haber estado presente en ilustres místicos como Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús, Hildegarda de Bingen, Juan de la Cruz, etc.)

Quiero destacar, por último, que ambas obras son fundamentales para conocer bien qué relación y qué diferencia hay entre espiritualidad y religión, y si podemos hablar de una espiritualidad laica y atea; también abordan el papel desempeñado por las religiones monoteístas en materia sexual y el patriarcalismo que las caracteriza; las diversas modalidades y dimensiones de la trascendencia; la emergencia del yo, etc. En definitiva, estamos ante dos excelentes ensayos que nos adentran en el amplio universo de lo espiritual desde el ámbito de las neurociencias, aunque también desde las ciencias humanas.   
   

(Por Moisés)

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