¿A qué se debe el actual declive de la ciencia? ¿Por qué los medios de
comunicación no abordan programas y debates sobre investigación científica? ¿Cuáles
son las razones por las que la mayoría de alumnos universitarios elige carreras
fáciles y ajenas a las ciencias puras?
Carlos Elías es químico y periodista. En su obra LA RAZÓN ESTRANGULADA.
LA CRISIS DE LA CIENCIA EN LA SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA (Debate, 2008), que leí con sumo interés cuando salió a la luz, trata de
responder a esas cuestiones. Reconoce que la ciencia está viviendo un serio deterioro
de su hegemonía cultural. Y eso, en parte, se observa en un dato: mientras los
alumnos de ciencias disminuyen, los de periodismo y cine aumentan. "Si la universidad contratara
profesores sólo en función del alumnado, se llenaría de cineastas y periodistas
y apenas habría físicos, químicos y matemáticos", aduce. Es más,
considera que en periodismo no hace falta la titulación para ejercer. "Hay diferencias abismales entre las
titulaciones de periodismo y química", admite. Recuerda que la carrera
de periodismo le resultó divertida y apenas tuvo que estudiar. "Me sorprendí mucho cuando comprobé que
el diploma de licenciado era exactamente igual al de químicas. Me pareció injusto
que valieran lo mismo, porque estudiar la carrera de química nunca fue
diversión: fue trabajo y muy duro", confiesa.
Se queja, asimismo de que nuestra cultura, dominada por los medios de
comunicación, valore más a los deportistas que a los científicos o a los videntes
que a los físicos; y señala también que el cine suele representar casi siempre
al científico como un personaje excéntrico, loco y malvado. "Cada día dependemos más de la ciencia
y la tecnología, cada día la ciencia sabe más cosas y nos explica mejor el
mundo, pero también cada día la gente siente menos aprecio por ella",
sostiene. Considera preocupante que en los países occidentales se estén
perdiendo las vocaciones científicas (recuerda que en el curso 2003-2004, solo
un 7% de los estudiantes universitarios españoles estaba matriculado en una
carrera de ciencias experimentales).
Las consecuencias de todo ello son dramáticas: la incultura científica
se extiende por doquier en nuestra sociedad mediática, en la que la forma y el
envoltorio tienen más valor que el fondo. Y eso lo avala un hecho: uno de cada
cinco europeos asegura que no tiene "ningún
interés en absoluto" en saber algo sobre los avances científicos (en
España, a un 38% de la población no le importa la ciencia). "Hay gente en puestos altísimos en la sociedad
actual que aún piensa que es el Sol el que gira alrededor de la Tierra o que
los dinosaurios y el hombre vivieron en la misma época", afirma Elías.
En una encuesta realizada en la universidad en la que imparte clases —la Carlos
III de Madrid—, se observó que las secciones del periódico que atraen al colectivo
universitario son las de política nacional (52%); internacional (48%); temas
sociales (31,9%); cultura (30,1%); deporte (22,1%); economía (20,7%), etc. "La sección de ciencia sólo interesaba
a un escaso 16,1 por ciento (...) Desde mi punto de vista, esos datos de
desprecio —o desinterés— por la información científica son alarmantes para la
comunidad de una de las mejores universidades españolas, según algunas
clasificaciones", explica. Y añade: "Los intelectuales de letras-ciencias sociales sienten un gran
desprecio por las ciencias naturales".
Por otro lado, la retórica, tan útil en el periodismo, y esa idea que
considera que la verdad no existe y que, por tanto, cualquier opinión es válida
—algo que los filósofos posmodernos utilizan para arremeter contra la ciencia—
son también criticadas por el autor, que lamenta que en España sean las
facultades de Periodismo o de Letras —por ejemplo, los filósofos de la ciencia—
"los que han asumido motu proprio la
responsabilidad de formar a los comunicadores de la ciencia, lo que demuestra
la escasa influencia que aún tienen las ciencias naturales de este país".
Otro hecho a tener en cuenta, según Elías, es la influencia que han ejercido
para el declive de la ciencia algunos influyentes filósofos como Karl Popper, Thomas
Kuhn y Paul Feyerabend. "Lo cierto
es que en este siglo XXI los escritos de estos filósofos están sirviendo de
argumento para la anticiencia y el avance del pensamiento irracional",
manifiesta. Para muchos, ese declive comienza tras la publicación de La estructura de las revoluciones
científicas (1962) de Kuhn. "Kuhn
es venerado por los que jamás han entrado en un laboratorio de
investigación", puntualiza.
No obstante, y a pesar del elogio que el autor hace de la ciencia,
reconoce también que los científicos, como cualquier otro colectivo humano, son
susceptibles de cometer endogamia, de malversar recursos, de provocar acoso laboral,
de someterse a dictados políticos para mejorar una carrera científica mediocre,
de contaminar el medio ambiente o de colaborar con los militares para fines
poco éticos. "Obviamente, todo ello
debe ser denunciado en los medios y, además, no sólo es beneficioso para el
periodismo, sino para la propia ciencia al depurarla de científicos que, como
todo ser humano, pueden ser corruptos", asevera.
Otra pregunta importante: ¿Y si hemos llegado al final de la era de
los descubrimientos científicos? Ciertamente, sabemos muchas cosas sobre el
nacimiento del universo, la estructura de la materia, la evolución de las
especies, etc., por lo cual, según Elías, no se espera que surjan teorías que
contradigan estos conocimientos, ya que todo indica que son ciertas. Podrían
refutarse pequeños detalles, pero no las grandes ideas. "Esta falta de perspectivas de grandes descubrimientos podría ser
una de las causas por las que poca gente quiera dedicarse ya a las disciplinas
científicas", arguye.
El autor aborda también en su extraordinaria obra la escasa relación
de los científicos con los medios de comunicación. La mayoría de ellos piensa
que no gana nada hablando con periodistas, ya que no es una obligación
profesional, como en cambio sí lo es para los políticos, los escritores y los
artistas. Los científicos y profesores universitarios viven en su mundo y no
entienden, en principio, la necesidad de hablar con los medios periodísticos, a
los que suelen considerar ajenos, hostiles y perjudiciales. Otros de los muchos
asuntos analizados en el casi medio millar de páginas son los siguientes: saber
si es verdad que la ciencia solo avanza por consenso y modas; cómo hacer frente
a la irracionalidad, a las teorías anticientíficas y a la funesta cultura
mediática que, según el autor, cada vez estrangula más a la ciencia; las
diferencias y enemistades entre "las dos culturas" (la de letras y la
de ciencias); la presencia de lo científico en el arte; las revistas de impacto
y la ciencia mediática; la barrera del lenguaje de la ciencia; la fama en la decadencia
del conocimiento, etc.
Recomiendo, pues, la lectura de este ensayo tan revelador, polémico y desmitificador,
que muestra una realidad incuestionable sobre el papel de la ciencia moderna,
su impacto cultural y su tratamiento mediático.
(Por Moisés)
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