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martes, 28 de abril de 2020

¿PUEDEN ENTENDERSE EL ATEÍSMO Y LA ESPIRITUALIDAD?

¿Puede un ateo ser una persona espiritual? ¿Podría sentir incluso algo parecido a una experiencia mística? El filósofo francés André Comte-Sponville así lo cree. En su excelente ensayo EL ALMA DEL ATEÍSMO. INTRODUCCIÓN A UNA ESPIRITUALIDAD SIN DIOS (Paidós, 2006) nos habla detalladamente de las diferencias entre religión y espiritualidad, de la importancia de una espiritualidad laica y de la necesidad de luchar contra el fanatismo religioso, tan pernicioso para la convivencia humana.


Es habitual pensar que los ateos son personas materialistas. También es una idea muy compartida considerar que los creyentes son personas espirituales. Pero no necesariamente es así. Fe y espiritualidad no siempre van de la mano (creo que rara vez lo hacen). Se puede tener fe y ser, a la vez, materialista e inmoral. La fe no nos hace mejores, lo mismo que el ateísmo no nos hace peores. "Tan cierto es que un ateo puede ser virtuoso como que un creyente puede no serlo", señala Comte-Sponville. Para él, carecer de religión no es una razón para renunciar a toda vida espiritual. Otra idea falaz muy extendida es pensar que la religión contribuye a un mundo mejor. Si echamos un vistazo a la historia, podemos observar que más bien ha sido lo contrario. Con razón, este filósofo afirma que "la espiritualidad es demasiado importante como para dejarla en manos de los fundamentalismos".

Comte-Sponville nació en el seno de una familia cristiana. Él también creyó en Dios, pero a los 18 años perdió la fe. "Fue como una liberación: ¡todo se volvía más simple, más ligero, más abierto, más fuerte! (...) ¡Qué libertad! ¡Qué responsabilidad! ¡Qué júbilo! Sí, desde que soy ateo, tengo la sensación de que vivo mejor: más lúcidamente, más libremente, más intensamente", confiesa. Pero aclara que él no hace proselitismo ateo: "El ateísmo no es ni un deber ni una necesidad. Tampoco la religión. Lo que tenemos que hacer es aceptar nuestras diferencias". Recuerda que no hace falta creer en Dios para saber cultivar valores como la sinceridad, la generosidad, la compasión y la justicia. "Dejar de creer en Dios, ¿implica necesariamente convertirse en un cobarde, un hipócrita, un canalla? ¡Por supuesto que no!", asevera. Y es que la moral no surge ni depende de la fe. "¡No por haber perdido la fe vais de pronto a traicionar a vuestros amigos, robar o violar, asesinar o torturar!", exclama. De hecho, habría que preguntarse si muchos creyentes hacen el bien llevados por el temor a un castigo divino y no porque lo sientan de verdad. La auténtica moral ha de ser autónoma, libre, desinteresada y ajena a todo egoísmo.

ANDRÉ COMTE-SPONVILLE

Sobre la creencia en Dios, considera que, desde un punto de vista teórico, equivale siempre a querer explicar algo que no se entiende —el mundo, la vida, la conciencia— mediante algo que se entiende aún menos: Dios. "Existe lo desconocido, y esto es lo que permite que la ciencia progrese. Siempre existirá lo desconocido, y es lo que nos aboca al misterio. Pero ¿por qué este misterio habría de ser Dios? (...) Prefiero aceptar el misterio como lo que es: la parte ignora o incognoscible que envuelve cualquier conocimiento y cualquier existencia, la parte inexplicable que implica o con la que se topa cualquier explicación", manifiesta. Ciertamente, no sabemos —y quizá nunca sepamos— por qué hay algo y no más bien nada. Tenemos muchas incógnitas a nuestro alrededor. La ciencia trata de responder a muchas de ellas, pero le resulta imposible responder a todas, y mucho menos a las grandes preguntas. Aun así, hay que seguir explorando, investigando, buscando las raíces profundas de las cosas. Asumamos que el misterio forma parte de nuestra existencia. Pero como sostiene Comte-Sponville, "llamar a este misterio 'Dios' es una fácil manera de tranquilizarse sin hacerlo desaparecer". Aparte, considera que hay demasiado mal en el mundo, demasiados sufrimientos, demasiadas injusticias y demasiada poca felicidad, algo inverosímil con la idea de un Dios todopoderoso e infinitamente bueno. Otro argumento con el que justifica su ateísmo es la mediocridad y la bajeza del ser humano. "Digamos que carezco de una idea demasiado elevada de la humanidad en general, y de mí mismo en particular, como para imaginar que Dios sea la causa tanto de esta especie como de este individuo", reconoce. Para él, creer en Dios es un pecado de orgullo. Sería atribuirse una gran causa para un efecto tan pequeño. El ateísmo, al contrario, es una forma de humildad. Es admitir que somos hijos de la tierra. No obstante, reconoce haber experimentado ciertas experiencias místicas —la primera a los 25 o 26 años—, sintiendo una especie de plenitud espiritual, una unidad con el universo, algo inefable, profundo y enriquecedor: "Lo que viví aquella noche, y lo que otras veces llegué a vivir o a rozar, es como una verdad sin palabras, como una conciencia sin ego, como una felicidad sin narcisismo". Confiesa que algo se modificó en él con relación al tiempo; fue como una apertura al presente, al tiempo que pasa y que permanece, a la eternidad del devenir... Estas experiencias modificaron su vida cotidiana, volviéndola más feliz, transformando su relación con el mundo y con los demás. Quizá lo vivido por este filósofo tenga que ver con lo que afirmó otro filósofo, el gran Nietzsche: "Soy místico y no creo en nada".

Lea este excepcional libro, sea usted creyente, agnóstico o ateo. Tendrá otra visión muy distinta del ateísmo y apreciará el valor de la verdadera espiritualidad, tan distinta de aquella que suele disfrazarse de religión.

(Por Moisés)

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